Modernización rural y su materialización espacial en el Occidente de México[1]
Manuel Antonio Espinosa Sánchez[2]
La
profundización de las tendencias modernizadoras, en múltiples ámbitos
de la cotidianidad de las familias campesinas en los espacios rurales en
México, han ocasionado la apropiación de medios de vida
industrializados y una menor relevancia de las formas de vida campesinas
que se basaban en los agroecosistemas centrados en la producción de
maíz blanco (Zea mays) en Cuquío, Jalisco (Hernández Xolocotzi, 1985).
Luego
de realizar un programa de entrevistas, trabajos grupales y de
recuperación de información geoestadística para el caso de la
organización Asociación de Productores de Juchitlán en la localidad de
Juchitlán del municipio de Cuquío, nos proponemos presentar aquí un
primer análisis de los datos e información que obtuvimos de las doce
familias de cinco integrantes en promedio que conforman esta
organización situada en tal localidad en el Occidente de México.
De
manera sintética, los hallazgos nos sugieren que en esta organización
existe 1) una recurrencia a formas de trabajo asalariado (jornales) e
ingresos no agrícolas, 2) un creciente consumo de satisfactores
producidos de forma industrial y 3) una mayor dependencia de mercados
monetarizados e intercambios en cuya producción de valor ellos no
participan (Figura 1).
Figura 1.
Diagrama de importancia del flujo de satisfactores familiares en la
organización Productores de Juchitlán SPR de RL en la localidad de
Juchitlán, Cuquío, Jalisco en México con base en el origen de su ingreso
y destino de su consumo.
Fuente: Elaboración propia.
Esta
modernización ha implicado, entonces, que para este campesinado el
cultivo de maíz –como monocultivo y como policultivo de traspatio o
ladera asociado con frijol o calabaza (cuamil)- es decir, la
configuración de su agroecosistema se presenta como ‘importante y menos
importante’ con relación al total de sus entradas (monetarias y en
especie). Al mismo tiempo, sus salidas o consumo se encuentran referidos
a productos y servicios satisfactores que ellos no producen, lo que
representa la adopción de un patrón de vida de carácter urbano en un
paisaje rural de asentamientos humanos dispersos y con un entorno de
campos de cultivo.[3]
En
términos de los medios de vida en Juchitlán, las transferencias
monetarias y en especie (subsidios) de las instituciones gubernamentales
y las remesas que son enviadas por integrantes de las familias desde
los EEUU fueron estimadas como un 40% de sus ingresos anuales. No
obstante, ante las restricciones laborales para los inmigrantes en los
EEUU, estas remesas tienden a reducirse y a varias familias ya les ha
impactado. Los gastos diversos que usualmente eran destinados a mejoras
en su vivienda o mantenimiento del medio de transporte familiar, cada
vez son más reducidos y en varios casos nulos.
Dentro
de este panorama rural, nos indicaron los médicos que atienden a esa
localidad, es frecuente encontrar niños y niñas con talla baja, algunos
casos de desnutrición severa y muchos de obesidad que están originados
principalmente por el consumo de ‘comida chatarra’ (frituras diversas,
bebidas gaseosas azucaradas, golosinas y panecillos) que supone
alrededor de 10% a 15% de su gasto monetario anual. Esto va a la par de
la reducción en el consumo de hierbas silvestres, huevo y carne de
gallina de traspatio y de tortillas de maíz caseras,[4]
entre otros alimentos tradicionales que se han sustituido por alimentos
precocinados y enlatados. Esto es consistente con los datos de la
Encuesta Nacional de Salud que revela un drástico cambio en las
preferencias alimentarias en México y sus impactos en nutrición.[5]
No
obstante desde la agroecología mantenemos un punto de vista crítico
hacia los monocultivos industrializados –por sus impactos en el
ecosistema y en la base productiva agrícola-, nos parece que la escalada
modernizadora en el espacio rural ha logrado impactar aspectos
cruciales de todo el sistema territorial campesino entre los cuales el
monocultivo de maíz se muestra como una manifestación modernizadora más
(Haenn & Wilk, 2006). Lo que ahora constatamos es el tránsito de una autodependencia y forma endógena de vida campesina hacia una mayor dependencia de satisfactores y medios de satisfacción exógenos
e industrializados en la medida en que el trabajo, sustento e
intercambios dejan de estar enraizados en la producción campesina dentro
de su finca o unidad productiva (Hernández Xolocotzi, 1985).
Como
hemos observado, los ingresos familiares con origen en el trabajo
asalariado, las remesas de los emigrantes en los EEUU y los subsidios
gubernamentales posibilitaron el tránsito de medios de sustento local
(agua de pozo, huaraches, vestido rústico, curanderos, caballo,
alimentos producidos localmente y de recolección silvestre, etc.) a
medios de sustento moderno (agua embotellada, zapatos y ropa de
manufactura industrial, medicina moderna, vehículo motorizado, alimentos
industrializados, etc.) con lo que se logró la incorporación de esta
localidad un mercado de consumo de bienes industrializados (Espinosa S.,
2013).
Entonces,
no ha sido el monocultivo de maíz –puesto que el cultivo industrial más
bien representa beneficio para las trasnacionales semilleras y de
agroquímicos- lo que ha permitido cierto poder adquisitivo en estas
familias rurales. Ha sido el acceso a otras fuentes de ingresos no
agrícola (flujo de dinero) lo que ha posibilitado este cambio en los
medios de vida campesinos y sus satisfactores.
Sin
embargo, es muy debatible si estas nuevas pautas de consumo en el
espacio rural son preferibles que las anteriores y, sobretodo, si son
socioeconómicamente sostenibles a largo plazo, en tanto dependen
de que el flujo de dinero continúe dinamizando la economía local en
Juchitlán a través de las transferencias externas declaradas por los
socios de la organización. Otra circunstancia muy distinta sería que
esta modernización rural –el consumo de satisfactores industrializados[6]- estuviera cimentada en la producción campesina de valor a través de su actividad agropecuaria.
Por
lo anterior, creemos que el monocultivo del maíz como fuente de riqueza
monetaria y crecimiento económico no ha sido tal, y sólo logró
parcialmente el abandono de la agricultura campesina –la de policultivos
o cuamiles- y restarle importancia como medio de sustento en el espacio
rural como ya ha sido señalado en Espinosa S. (2013). Más aún,
observamos que las familias campesinas, como sugiere Arturo Escobar
(2010) para toda Latinoamérica, lejos de ganar en bienestar y
estabilidad, se encuentran en una situación de dependencia del
suministro de alimentos procesados, de fuentes de trabajo asalariado, de
transferencias monetarias del extranjero o institucionales para
sostener sus pautas de vida actuales que, como es posible apreciar en
las estadísticas oficiales sobre nutrición, no son precisamente las más
saludables.
De
esta forma, observamos que ya no sólo existe una imposición en las
formas de cultivo y sus insumos –fomentada por las agroempresas y
agencias gubernamentales- y una presión hacia el campesino que tiene que
vender su cosecha a precios bajos, sino que existe una forma de
dominación y explotación del campesinado a través del consumo de satisfactores industrializados que, si bien ofrecen cierto grado de confort y sensación de bienestar,
es evidente que el ‘nuevo terrateniente’ –el que impone precio y
condición- en el territorio campesino mexicano es el acumulado de
empresas industrializadoras de bienes: FEMSA, Nestlé, Maseca, Marinela,
Sabritas y otras. Estos espacios rurales han sido incorporados a los
circuitos de modernización no sólo por la vía del monocultivo sino por
la vía del consumo.
Es
así que, aunque paisajísticamente Juchitlán sea una localidad que
muestra escenarios agrícolas y flora natural, en realidad se encuentra
inmersa en la dinámica del flujo mercantil de satisfactores
industrializados que transforman –el territorio campesino- en un ‘punto
de venta’ más; esto implica una nueva forma de materialización espacial
de la reproducción social de las familias rurales.
Dicho
de otro modo, por lo visto en las formas de vida de los integrantes de
esta organización rural en Juchitlán, actualmente los medios de vida
campesinos no están en manos del propio campesinado ni en su
configuración agroecológica y tampoco enraizado en su territorio. Más
bien su territorio ha sido desmantelado y reconfigurado por la
modernización mediante la aparición de medios de ingreso y trabajo
asalariado que han redundado en el consumo de mercancías diversas cuyos
precios y condiciones de compra-venta no están para ser negociados
porque son determinados por ‘el mercado’ y sus dueños que son empresas
trasnacionales industriales que fungen como ‘el nuevo terrateniente’ del
espacio rural, antaño campesino y altamente centrado en el manejo de
sus recursos naturales y su configuración agroecosistémica.
Bibliografía
Escobar, A. (2010). Una minga para el postdesarrollo: lugar, medio ambiente y movimiento sociales en las transformaciones globales. Lima: Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Espinosa
S., M. A. (2013). “Hambre, desarrollo social y agroecología. Una
crítica al sistema capitalista de producción y consumo de alimentos en
México” en Ixaya 3 (4): 59-87. Disponible en http://ixaya.cucsh.udg.mx/sites/default/files/Hambre%20desarrollo_0.pdf.
Haenn, N., & Wilk, R. R. (2006). The environment in anthopology: a reader in ecology, culture and sustainable living. Nueva York y Londres: New York University Press.
Hernández Xolocotzi, E. (1985). “Graneros de maíz en México” en U. A. (Comp.), Obras de Efraím Hernández Xolocotzi (págs. 205-230). México, DF: UACH.
[1]
Este artículo muestra una primera sistematización derivada de mi
investigación titulada “Desmantelamiento y civilización de los
territorios campesinos. La eficiencia y resiliencia de sistemas
socioecológicos maiceros de subsistencia en Cuquío, México”.
[2] Maestro en Gestión y Desarrollo Social (Universidad de Guadalajara) manuelantonioespinosa@gmail.com, Twitter: @manuel3108 http://mx.linkedin.com/pub/manuel-antonio-espinosa-s%C3%A1nchez/33/968/b40/
[3] Véase en https://maps.google.com/y busque ‘Juchitlán, Cuquío, Jalisco, México’ para visualizar imágenes satelitales de la localidad.
[4]
Las tortillas de maíz caseras se hacen con todo el grano de maíz, por
lo que es rico en fibra. Las tortillas de maíz industrializado no
contienen fibra. Esta caso de empobrecimiento del contenido nutricional
de un alimento procesado es posible verlo también en la leche
industrializada que ha sustituido a la leche de vaca. Los entrevistados
mencionaron que esto es así porque es muy caro mantener una vaca por sus
requerimientos de alimento y agua.
[5] Véase en http://ensanut.insp.mx/
el resumen ejecutivo y el informe en extenso que ofrece el Instituto
Nacional de Salud Pública y la Secretaría de Salud del gobierno federal
mexicano.
[6]
Otro debate tendríamos que ofrecer, en otro momento, respecto de las
bondades aparentes y las limitaciones de fondo que implica una sociedad
industrial como paradigma civilizatorio.
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