martes, 8 de abril de 2014

La modernización de los sistemas agrícolas campesinos maiceros en México =Parte II=

Parte II
Zapatistas en la milpa

Sujeto social, agroecosistema y luchas de clases en México

Como hemos venido argumentando, el cambio climático ha constituido la oportunidad para que el capitalismo informacional (Bech, Giddens y Lash, 1994), en su versión agroempresarial mexicana, privatice el sistema agroalimentario de maíz (Massieu y Lechuga, 2002). De frente a ello, organizaciones campesinas, haciendo uso de su capacidad de agencia (Sen, 2000), se han movilizado a diversas escalas y en distintos ámbitos para reposicionar la agricultura campesina como alternativa al excluyente corporativo agroindustrial, al capitalismo en su versión “verde” y como alternativa civilizatoria (Espinosa, 2013).

Este conflicto, por su naturaleza multidimensional y compleja, nos demanda un análisis que recupere las estrategias de movilización de estos sujetos sociales (Zemelman y Valencia, 1990) de frente a dos constructos conceptuales que nos son fundamentales, las relaciones sociales hacia la Naturaleza (y viceversa) conceptualizada como agroecosistema (Gliessman, 2007) y la estructura social como cristalización de la historia antagónica entre el capital y la praxis, bajo el concepto de luchas de clases (Marx y Engels, 2012).

Los sujetos sociales, según Zemelman y Valencia (1990) son aquellos que, atendiendo a su capacidad de praxis (Sánchez Vázquez, 2003), condensan en sus prácticas, utopías y proyectos una direccionalidad intencionada al desenvolvimiento histórico en el que se sitúan. Así, la historicidad de los sujetos sociales está conformada por las formas en que se han venido estructurando la relaciones sociales y cómo éstas se materializan o concretizan en el presente. Al mismo tiempo, estos sujetos sociales tienen la opción de transformar sus formas de relación social y, así, impulsar formas distintas de estructuración social que se pueden expresar en diversas dimensiones y con distintos grados de materialización, sean marcos jurídicos e instituciones y en formas de producción, pero que en cualquier caso están referidas a sus relaciones sociales. Esto es, los sujetos sociales impulsan una dinámica (dialéctica) de productos (históricos) producentes de realidad que dan forma y contenido a su espacio-tiempo y que son reflejo del devenir de las relaciones sociales en las que están inmersos.

En el caso que nos ocupa, son las organizaciones campesinas que, encontrándose bajo relaciones sociales concretas, y ante una clase social que busca profundizar en la estructuración social bajo el paradigma de la reproducción del capital, se reconocen con la capacidad de oponer resistencia a una tendencia de poder y buscan imprimir direccionalidad (opuesta) para imponer otras formas de reproducción social e historicidad. Esto es, en última instancia, un conflicto antagónico:

“Más, cualquiera que sea la forma que en cada caso adopte, la explotación de una parte de la sociedad por la otra, es un hecho común a todas las épocas históricas. Nada tiene pues de extraño que la conciencia social de todas las épocas pasadas, pese a toda su enorme variedad y a sus grandes diferencias, se atenga a ciertas formas comunes de conciencia, que sólo desaparecerán, cuando desaparezcan totalmente los antagonismos de clase” (Marx y Engels, 2012: 48).

Así, el antagonismo entre diversos grupos sociales es una disputa por el poder que, bajo el sistema capitalista actual, se ha traducido en una dominación política a través de la despolitización de la producción de alimentos (como el maíz) y explotación social mediante la privatización del sistema agroalimentario.
La despolitización opera, en mi opinión, mediante el proceso de fetichización que ya Marx ha explicado y que en este caso corresponde a aquella urgencia sobre la necesidad de producir más alimentos básicos y que termina imponiéndose a todos los agentes rurales, a la sociedad entera y al Estado mismo; de tal forma que la búsqueda de mayor productividad demanda la innovación tecnológica que, como es el caso de las semillas transgénicas y los agroquímicos, al estar en manos privadas, el sistema agroalimentario entero se privatiza. En realidad, el cambio climático y la distribución asimétrica de alimentos encubren, bajo el discurso científico, formas de relación social que son de explotación y dominación. Finalmente, de los temas que son del interés del ciudadano (de la polis) está la alimentación porque atiende a satisfacer una necesidad vital de la colectividad y que, sólo bajo las formas de producción capitalistas, se podría entender como objeto de mercantilización y lucro.
En efecto, el establishment agroalimentario maicero (Delgado Cabeza, 2010) ha despolitizado el antagonismo entre corporativo neoburgués y campesinado al revestir su discurso de un economicismo tecnológico en donde nociones como productividad y eficiencia ocultan el monopolio tecnológico (en donde Syngenta, Dupont y Monsanto poseen el 80% del mercado mundial de insumos agrícolas) y el monopolio de canales de comercialización (en donde Cargill, Maseca y Minsa controlan casi todo el mercado mexicano). Existe una invisibilización de lo político porque se pretende ocultar la nueva embestida de explotación capitalista en la que ahora se pretende la privatización, ya no sólo de los bienes comunales como los ríos y los servicios ecosistémicos (Martínez Alier, 2011), y de los medios de producción como la tierra, el dinero y los conocimientos tecnológicos (Altamira, 2006), sino también un componente clave de la vida, la información genético-molecular contenida en las semillas de maíz (y de otros cultivos).
De esta forma, la privatización o exclusivización del sistema agroalimentario maicero, bajo el sistema de patentes, en definitiva, oculta ideológicamente la dominación (política) y la explotación (económica y ecológica) de la clase neoburguesa agroindustrial sobre las clases campesinas bajo el argumento cientificista de producir más alimentos, de contrarrestar el cambio climático y de (re)“modernizar” el agro. Este es el antagonismo de clase que las organizaciones campesinas, como sujetos sociales con capacidad de agencia, exhiben al confrontarse con los poseedores del capital:
“Es aquí en donde el imaginario social se despliega, formulando y reformulando la relación entre lo vivido y lo posible, entre el presente y el futuro. La utopía transforma el presente en horizonte histórico, mas no garantiza la construcción de nuevas realidades” (Zemelman y Valencia, 1990: 94).

Lo que garantiza la construcción de nuevas realidades, sugerimos aquí, es la posibilidad de construir un proyecto colectivo concreto que reestructure la realidad histórica y la reescriba con nuevas formas de praxis campesina para la reproducción social, es decir, a partir de un nuevo paradigma civilizatorio. Es por esto que necesitamos ubicar nuestro análisis en el ámbito de la praxis del trabajo (visto en relaciones ser humano y naturaleza) y al mismo tiempo en la praxis revolucionaria (visto en relaciones de producción) (Sánchez Vázquez, 2003).
Si las organizaciones campesinas productoras de maíz buscan imponer un paradigma civilizatorio propio a contrapelo del proyecto de dominación y explotación de la neoburguesía agroindustrial y bajo una comprensión crítica del cambio climático como evidencia de la insustentabilidad del capitalismo (Bartra, 2008), es necesario que su proyecto político atienda nuevas formas de configuración de los agroecosistemas maiceros que materialicen formas simétricas (no explotadoras) de relaciones sociales y de apropiación ecológica.
La (agri)cultura campesina, como proyecto político de las organizaciones de agricultores maiceros en México, está referido a un cosmos, corpus y praxis de fuerte contenido cultural con raíces tradicionales mesoamericanas que fueron coevolucionando a la vez que domesticando sus ecosistemas, lo que dio por resultado la configuración de multiplicidad de agroecosistemas (Toledo et al., 2001).
De manera breve, diremos siguiendo a Gliessman (2007) y a Van der Ploeg (2010) que los agroecosistemas son aquellas unidades productivas integradas a los paisajes ecológicos y de asentamientos poblacionales en las que los grupos humanos y comunidades expresan, su cosmogonía en la ‘arquitectura agronómica’; esto es, el marco de comprensión de su realidad y su articulación con su percepción del universo (tangible e intangible), de su origen y destino como grupo humano (Alvarez-Buylla Roces, 2011). Esta cosmogonía se encuentra fuertemente entremezclada con aprendizajes y saberes (corpus) fruto de su experiencia en el manejo de sus ecosistemas, de su flora, fauna y componentes abióticos, como el agua, el clima y la energía solar. De esta forma, cosmos y corpus moldean su praxis, formas materiales de transformación de su entorno natural y de organización social (estructuras de castas, grupos o clases, formas de relaciones) que, siguiendo a Haenn y Wilk (2006), son dinámicas y van redefiniendo su corpus y su cosmos.
Dado que el capitalismo en su fase actual se ha desbordado hacia la creación de mercancías-símbolo para estructurar identidades e intersubjetividades en torno a marcas y manufacturas de estatus (Giddens, 2000), la recuperación de la agricultura campesina como proyecto político resulta clave para (re)politizar el debate contestatario hacia la hegemonía capitalista en el sistema agroalimentario mexicano centrado en la producción de maíz, en términos de luchas de clases (Bartra, 2011) mediante la concretización de nuevas prácticas agronómicas que hacen uso de insumos naturales (vs. químicos), abonos verdes (vs. fertilizantes nitrogenados), fitomejoramiento campesino (vs. semillas híbridas), entre otras, lo que resulta en un manejo sustentable de los agroecosistemas maiceros (Altieri, 1999), a partir de la formulación de conocimientos campesinos locales sobre sus suelos, climas y entorno ecológico (Toledo et al., 2001), entre otros saberes con origen en la cultura mesoamericana (Figura 1).

Figura 1. Sujetos sociales en lucha de clases disputando el agroecosistema.
La disputa por el agroecosistema de maíz en México
La disputa por el agroecosistema de maíz en México


A la vez, la búsqueda de reapropiarse de los canales de comercialización (intercambios), actualmente monopolizados por las trasnacionales (Maseca y Cargill), a través de mecanismos de agregación de valor de sus cosechas, se orienta a contrarrestar una muy antigua práctica pequeñoburguesa, la intermediación (Massieu y Lechuga, 2002). Además, ante el axioma de que el conocimiento tecnológico es de uso exclusivo, propio de capitalismo contemporáneo que ve en los saberes colectivos una mercancía, las organizaciones campesinas han sido capaces de establecer intercambios de conocimientos y aprendizajes bajo el modelo “campesino a campesino”.

En definitiva, observamos que la batalla política que se libra en el seno del sistema agroindustrial centrado en la producción de maíz en México entre las organizaciones campesinas y el establishment agroindustrial capitalista (Delgado Cabeza, 2010), constituye una forma en la que hoy se verifican las luchas de clases (entre campesinado y neoburguesía) que no se circunscribe a la ortodoxia marxista sino que sugiere la recomprensión del propio Marx (Bartra, 2011). Es en el seno de este conflicto en el que es posible comprender cómo estos sujetos sociales tratan de imponer su propia historicidad (Zemelman y Valencia, 1990), referida a la agricultura campesina y reinventada por ellos mismos, o sea actualizada bajo una forma del proyecto utópico (Bloch, 2004), que se concretiza en formas precisas de manejo de sus agroecosistemas (Astier, Masera y Galván, 2008), lo que va conforme un cosmos, corpus y praxis propias que difiere entre los diversos grupos de campesinos que conforman las redes en distintos estados de México, la Campaña Nacional Sin Maíz no hay País en casi todo el país y La Vía Campesina a escala planetaria (Rosset, 2007).
Esta diversificación y pluralidad de conciencias de clase (campesina) han puesto en jaque a la agricultura del agronegocio que, ante el cambio climático, quisiera extraer ciertos componentes sustanciales de la agricultura campesina para insertarlas en la lógica del capital. Para distinguir el fenómeno, retomaremos –de manera preliminar- categorías socioecológicas originadas en el marxismo y la agroecología, que abordaremos en la siguiente entrada.

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