Allá por el Siglo XX, posterior a la
Segunda Guerra Mundial, la Fundación Rockefeller establece en México lo
que a la postre sería el Centro de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT)[1] y, así, da inicio la Revolución Verde
(Pichardo, 2006) con el profesor Norman E. Borlaug a la cabeza. La
agricultura industrial maicera fue impulsada desde las esferas
gubernamentales desde la década de los cuarentas hasta la fecha. Sin
embargo, la agricultura tradicional, hoy campesina, ha sobrevivido el
embate de más de cinco siglos de extractivismo mercantil (Tortolero,
1996), de modernización rural (Bartra, 2011) y, recientemente, de
capitalismo agroindustrial (Massieu y Lechuga, 2002) bajo el influjo
neoliberal (Nadal y Wise, 2009).
El capitalismo agroindustrial del maíz en
nuestros días, es decir, el capitalismo referido al espacio rural y la
producción del cereal para consumo humano en México, se ha caracterizado
por un fuerte proceso de harinización. Esto es, siguiendo a Massieu y
Lechuga (2002) el sistema de producción y comercialización de maíz –con
el apoyo de la economía política gubernamental- ha sido cedido al
control monopólico de la industria harinera (siendo las mayores Maseca y
Minsa) quienes, en el marco del TLCAN (Tratado de Libre Comercio de
América del Norte) y con el apoyo de líderes campesinos, lograron
imponer un sistema agrícola que dependiente de las cotizaciones de
precios del maíz de la Bolsa de Chicago.[2]
Así, las harineras mexicanas con el soporte de ASERCA (Apoyos y
Servicios para la Comercialización, dependiente de la Secretaría de
Agricultura),[3]
determinan los cupos de importación de grano necesario acorde a las
cosechas agrícolas mexicanas (Nadal y Wise, 2009). El déficit nacional
es resuelto mediante la importación de grano producido principalmente en
Estados Unidos (SAGARPA-FAO, 2012) con lo que se vulnera, en síntesis
lo que ahora comprendemos como soberanía alimentaria acorde a Tetreault (2012).
Por el lado de la producción, tal
agricultura industrial mexicana depende de semillas híbridas,
agroquímicos y fertilizantes sintéticos que son manejados como paquete.
La siembra, cosecha y acarreos a los almacenes se realiza de forma
mecanizada; son las harineras quienes compran la mayor parte de la
producción de maíz blanco en México y que, posterior al proceso de
transformación, comercializan a las miles de tortillerías que se ubican
principalmente en zonas urbanas del país (Massieu y Lechuga, 2002).
En breve, la agricultura maicera en
México, ha recurrido no sólo al desmantelamiento de los sistemas
productivos del cultivo tradicional de maíz y a la neutralización de la
estructura organizativa que se fue conformando a través de los ejidos y
de los gremios, sino que además ha recurrido a la erosión de la
identidad campesina vinculada a la tierra y al maíz como patrimonio
cultural y lo ha tornado en mercancías susceptibles de valoración en
mercados virtuales de libre competencia (Nadal y Wise, 2009).
Como ha sido señalado por Harvey (1998) la actual fase del capitalismo presenta la siguientes características:
- Desterritorialización de producción (Altamira, 2006), lo que sugiere la posibilidad de establecer distintas fases productivas en distintos lugares, pero continuar con una lógica de ensamblaje en serie (toyotismo).
- Emergencia de la automatización y mecanización robótica, la flexibilidad laboral y el outsuorcing como forma de dilución de las relaciones trabajador-patrón (Fair, 2008).
- Uso intensivo de las redes comunicacionales y satelitales para la diseminación de contenidos simbólicos e intersubjetivos asociados a estilos de producción (trabajo asalariado) y consumo (De la Garza, 2001).
- Introyección e integración de marcos culturales de modernidad posmoderna, como discurso autoaclaratorio que despolitiza la pobreza, la política y la naturaleza; emergen encapsuladas en mercancías simbólicas (Melucci, 2002).
Así, con la recurrencia del capitalismo
al ámbito de la producción de significados, el capital se transgrede sus
tradicionales ámbitos productivos y se anida también en la industria de los símbolos-manufacturas
que generan patrones de consumo globales a través de la red de
escaparates audiovisuales de la televisión y la internet (Altamira,
2006).
Por su parte, el sistema agrícola mexicano que produce maíz, se ha visto envuelto en dicha vorágine desterritorializadora
del capitalismo en tanto la impronta del agronegocio, o sea, la
consolidación de un sistema que requiere de paquetes tecnológicos de
alta productividad y con alta demanda de combustibles fósiles (Altieri,
1999) e intensivos en capital (Toledo, Alarcón-Chaires y Barón, 2002).
Este sistema agrícola centrado en la
producción de maíz en México se viene a trastocar con el fenómeno del
cambio climático, como veremos en una posterior entrega, aunque la
capacidad del capitalismo para reinventarse puede constituir un golpe
final para la agricultura campesina (Holt-Giménez, 2009). Pero quizás no
del todo.
* Bibliografía se encuentra en la entrada final de esta serie, Parte III.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario