martes, 8 de abril de 2014

La modernización de los sistemas agrícolas campesinos maiceros en México =Parte I=

La clase beneficiaria del capitalismo pareciera estar, una vez más, reinventando su discurso –a la vez que soslayando su responsabilidad con relación al cambio climático- y ha subsumido la noción de sustentabilidad tomando ciertas prácticas campesinas que le son cómodas y revistiéndolas de innovación tecnológica.


Industrialización agroalimentaria para la reproducción del Capital
Industrialización agroalimentaria para la reproducción del Capital

Allá por el Siglo XX, posterior a la Segunda Guerra Mundial, la Fundación Rockefeller establece en México lo que a la postre sería el Centro de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT)[1] y, así, da inicio la Revolución Verde (Pichardo, 2006) con el profesor Norman E. Borlaug a la cabeza. La agricultura industrial maicera fue impulsada desde las esferas gubernamentales desde la década de los cuarentas hasta la fecha. Sin embargo, la agricultura tradicional, hoy campesina, ha sobrevivido el embate de más de cinco siglos de extractivismo mercantil (Tortolero, 1996), de modernización rural (Bartra, 2011) y, recientemente, de capitalismo agroindustrial (Massieu y Lechuga, 2002) bajo el influjo neoliberal (Nadal y Wise, 2009).

El capitalismo agroindustrial del maíz en nuestros días, es decir, el capitalismo referido al espacio rural y la producción del cereal para consumo humano en México, se ha caracterizado por un fuerte proceso de harinización. Esto es, siguiendo a Massieu y Lechuga (2002) el sistema de producción y comercialización de maíz –con el apoyo de la economía política gubernamental- ha sido cedido al control monopólico de la industria harinera (siendo las mayores Maseca y Minsa) quienes, en el marco del TLCAN (Tratado de Libre Comercio de América del Norte) y con el apoyo de líderes campesinos, lograron imponer un sistema agrícola que dependiente de las cotizaciones de precios del maíz de la Bolsa de Chicago.[2] Así, las harineras mexicanas con el soporte de ASERCA (Apoyos y Servicios para la Comercialización, dependiente de la Secretaría de Agricultura),[3] determinan los cupos de importación de grano necesario acorde a las cosechas agrícolas mexicanas (Nadal y Wise, 2009). El déficit nacional es resuelto mediante la importación de grano producido principalmente en Estados Unidos (SAGARPA-FAO, 2012) con lo que se vulnera, en síntesis lo que ahora comprendemos como soberanía alimentaria acorde a Tetreault (2012).

Por el lado de la producción, tal agricultura industrial mexicana depende de semillas híbridas, agroquímicos y fertilizantes sintéticos que son manejados como paquete. La siembra, cosecha y acarreos a los almacenes se realiza de forma mecanizada; son las harineras quienes compran la mayor parte de la producción de maíz blanco en México y que, posterior al proceso de transformación, comercializan a las miles de tortillerías que se ubican principalmente en zonas urbanas del país (Massieu y Lechuga, 2002).

En breve, la agricultura maicera en México, ha recurrido no sólo al desmantelamiento de los sistemas productivos del cultivo tradicional de maíz y a la neutralización de la estructura organizativa que se fue conformando a través de los ejidos y de los gremios, sino que además ha recurrido a la erosión de la identidad campesina vinculada a la tierra y al maíz como patrimonio cultural y lo ha tornado en mercancías susceptibles de valoración en mercados virtuales de libre competencia (Nadal y Wise, 2009).
Como ha sido señalado por Harvey (1998) la actual fase del capitalismo presenta la siguientes características:
  1. Desterritorialización de producción (Altamira, 2006), lo que sugiere la posibilidad de establecer distintas fases productivas en distintos lugares, pero continuar con una lógica de ensamblaje en serie (toyotismo).
  2. Emergencia de la automatización y mecanización robótica, la flexibilidad laboral y el outsuorcing como forma de dilución de las relaciones trabajador-patrón (Fair, 2008).
  3. Uso intensivo de las redes comunicacionales y satelitales para la diseminación de contenidos simbólicos e intersubjetivos asociados a estilos de producción (trabajo asalariado) y consumo (De la Garza, 2001).
  4. Introyección e integración de marcos culturales de modernidad posmoderna, como discurso autoaclaratorio que despolitiza la pobreza, la política y la naturaleza; emergen encapsuladas en mercancías simbólicas (Melucci, 2002).
Así, con la recurrencia del capitalismo al ámbito de la producción de significados, el capital se transgrede sus tradicionales ámbitos productivos y se anida también en la industria de los símbolos-manufacturas que generan patrones de consumo globales a través de la red de escaparates audiovisuales de la televisión y la internet (Altamira, 2006).

Por su parte, el sistema agrícola mexicano que produce maíz, se ha visto envuelto en dicha vorágine desterritorializadora del capitalismo en tanto la impronta del agronegocio, o sea, la consolidación de un sistema que requiere de paquetes tecnológicos de alta productividad y con alta demanda de combustibles fósiles (Altieri, 1999) e intensivos en capital (Toledo, Alarcón-Chaires y Barón, 2002).
Este sistema agrícola centrado en la producción de maíz en México se viene a trastocar con el fenómeno del cambio climático, como veremos en una posterior entrega, aunque la capacidad del capitalismo para reinventarse puede constituir un golpe final para la agricultura campesina (Holt-Giménez, 2009). Pero quizás no del todo.


* Bibliografía se encuentra en la entrada final de esta serie, Parte III.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario