Los agroecosistemas y la praxis campesina contemporánea
En la diversidad de agroecosistemas centrados en la producción de maíz en México (Toledo et al.,
2001), se encarna la disputa por dos modelos arquetípicos de
agricultura, la industrial y la campesina, y en virtud de ello podemos
entender el conflicto como luchas de clases porque lo que está en juego
es la imposición de un sistema agroalimentario capitalista que busca la
apropiación de la riqueza socialmente creada (valor) y de los bienes
comunes como es la Naturaleza (Naredo, 2005).
En contraste, la agricultura campesina
tiene como orientación la reproducción social sin romper las redes
tróficas de los ecosistemas (Altieri, 1999), la coevolución de arreglos
cosmogónicos biosociodiversos (Toledo et al., 2001) y de
corpus-praxis en que descansan estos sistemas agroalimentarios (Van der
Ploeg, 2010). Los agroecosistemas campesinos conforman una serie de
distintas materializaciones de formas bioespecíficas de
sociohistoricidad en tanto que son improntas de sujetos socioecológicos
que se han ido adaptado según condiciones ecológicas específicas,
preferencias culinarias y particularidades climáticas, imaginarios e
historia local, entre otros múltiples factores (Haenn y Wilk, 2006).
En la dinámica de dicho antagonismo en
México, encontramos organizaciones campesinas que han sido capaces de
vincular su propia utopía (Bloch, 2004) a los referentes de la
agricultura campesina y constituir un proyecto propio de agricultura
sustentable, en este entendido, podemos hablar de la emergencia de un
sujeto social que, relanzado desde su interpretación utópica de su
cultura mesoamericana reconstruye su historicidad de forma material a
través de sus formas diversas de praxis campesina (política y
bioeconómica) lo que configura sus agroecosistemas.
Y al mismo tiempo, el capitalismo
agroalimentario ha colocado los alimentos procesados y a la comida
rápida de franquicia como un suministro mercantil –en oposición a la
alimentación tradicional como identidad culinaria (Turrent Fernández,
Serratos Hernández, Espinosa Calderón y Álvarez-Buylla Roces, 2013)- que
se enlaza a la lógica de productividad, eficiencia e innovación
tecnológica como motor civilizatorio (Bartra, 2008), lográndose así una
alineación de la producción industrial de cultivos y su consumo masivo.
De esta forma, la alimentación industrializada y de marca comercial (que
con los transgénicos sería ‘de patente’) se coloca en la cotidianidad e
intersubjetividad de las ‘formas de vida social avanzada y productiva’
al estilo Wall Street (Rosset, 2007). Así se pretende una
continuidad entre diseño genético de cultivos, producción agrícola
industrializada, transformación industrial de commodities y distribución masiva de alimentos precocinados.
Coherente con lo anterior, a través de las redes de telecomunicaciones, se opera la diseminación vía el marketing del imaginario neoliberal e individualista que promueve y justifica el fast food
bajo la ética de la productividad y ahorro de tiempo para trabajar más,
para obtener más dinero y, eventualmente, mayor bienestar (Holt-Gimenez
y Shattuck, 2011). El producto de la ecuación modernizadora anterior,
es la reproducción del capital que ha sabido desarrollar un discurso
inmanente de la productividad individual, su correlato práctico en un
ensamblaje de la cotidianidad alineado a la lógica industrial para
producir riqueza y la masificación del consumo de mercancías
alimentarias que simbolizan, sintetizan y representan los valores del
individuo con orientación a la producción de riqueza:
“Dentro de estos linderos, solo
reinan la libertad, la igualdad, la propiedad y Bentham. La libertad,
pues el comprador y el vendedor de una mercancía, v. gr. de la fuerza de
trabajo, no obedecen a más ley que la de su libre voluntad. Contratan
como hombres libres e iguales ante la ley. El contrato es el resultado
final en que sus voluntades cobran una expresión jurídica común. La
igualdad, pues compradores y vendedores sólo contratan como poseedores
de mercancías, cambiando equivalente por equivalente. La propiedad, pues
cada cual dispone y solamente puede disponer de lo que es suyo. Y
Bentham, pues a cuantos intervienen en estos actos sólo los mueve su
interés” (Marx, 2001: 128-129).
Así, nuestro marco conceptual para
analizar la emergencia de movilizaciones campesinas supone la
consideración del fenómeno antagónico de luchas de clases y su análisis
en términos de cómo se verifica este conflicto en la apropiación y
manejo de los recursos naturales visto en el agroecosistema (Astier,
Masera y Galván, 2008), así como los orígenes de la subjetividad
campesina que han generado su conciencia contestataria y su acción
política.
En efecto, cuando el IPCC (2012) sugiere
recurrir a sistemas agrícolas sustentables (Sarukhán, Carabias, Koleff y
Urquiza-Haas, 2013), las organizaciones campesinas redefinen su
proyecto recurriendo a un conjunto de estrategias orientadas a la
sostenibilidad de sus sistemas productivos principalmente ante el
fenómeno del cambio climático (Turrent, Wise y Garvey, 2012). Sin
embargo, si asumimos un punto de vista materialista en el análisis de la
praxis (Sánchez Vázquez, 2003) de estos sujetos sociales,
hemos direccionar la atención a las formas de acción transformadora en
dos ámbitos principales, a saber, hacia la naturaleza (las formas en que
configuran sus agroecosistemas) y las relaciones sociales que se
reflejan en las relaciones de producción (Marx, 2001).
En síntesis, nuestra formulación para el
análisis de los agroecosistemas centrados en la producción de maíz
(Gliessman, 2007) de tales sujetos sociales de la campesinidad en
México, como los integrantes de la Campaña Nacional Sin Maíz no hay País
y otros, retomamos conceptos centrales de los estudios que se han
realizado desde la agroecología (Altieri, 1999), de las investigaciones
rurales desde el marxismo (Bartra, 2011), y de los estudios sobre la
epistemología latinoamericana desde la perspectiva de los sujetos
sociales (Zemelman y Valencia, 1990). Desde aquí, buscamos explicar lo
que estos sujetos de la campesinidad han entendido en relación con la
sustentabilidad (Foladori, 1999) en el manejo social de sus recursos
naturales, cómo han ido reformulando su proyecto colectivo como
latinoamericanos (Escobar, 2010) y cuáles son los obstáculos que
enfrentan de frente a los límites del crecimiento.
Más allá de la comprensión capitalista
del desarrollo como crecimiento económico (Brundtland, 1987), las
movilizaciones campesinas en México parecieran recurrir a un discurso
sobre la importancia del maíz que, recogiendo lo mejor de las
argumentaciones económicas, incorporan saberes propios y apelan al
ámbito de la producción simbólica (Alvarez-Buylla Roces, 2011) que, sin
duda, habrá que explorar con mayor profundidad.
Así, la sustentabilidad de la producción
del maíz en México, de frente al cambio climático y en respuesta al
capitalismo agroindustrial, pareciera que no sólo transita por las
relaciones tróficas que de suyo se analizan desde la agroecología, y que
son reveladoras pero insuficientes, sino que la historicidad campesina
(Dussel, 1991) incorpora de manera sobresaliente los ámbitos de su
conciencia cultural como cosmogonía latinoamericana descolonizadora
(Escobar, 2010) y quizás desde ahí está generando su propia narrativa
altermundista de civilización y de repolitización de la reproducción
social y ecológica (Leff, 2011).
Ideas finales
Los imperativos propios de la actual fase
del capitalismo neoliberal e informacional en el seno de esta fase de
la modernidad (Bech, Giddens y Lash, 1994), para el caso del sistema
agroalimentario contemporáneo centrado en la producción de maíz en
México, consiste en una dinámica de reproducción del capital en manos de
una agroindustria desterritorializante gracias a las redes tecnológicas
de comunicación y que se ha arropado en el discurso tecnológico ante el
cambio climático para apropiarse del sistema agroalimentario, de una
vez por todas, mediante la imposición de cultivos transgénicos e insumos
comerciales (Turrent Fernández, Serratos Hernández, Espinosa Calderón y
Álvarez-Buylla Roces, 2013).
Al mismo tiempo, el capitalismo
agroalimentario, ha impuesto los alimentos procesados y comida rápida (y
en general la alimentación moderna) como un objeto mercantil que
simboliza productividad, eficiencia e innovación que se alinea con la
producción industrial de cultivos bajo el modelo del agronegocio, en
donde el agricultor es un administrador y gerente.
En tal escenario, recurrimos a las categorías de luchas de clases, sujeto social y agroecosistema
para sugerir algunas implicaciones que tiene el capitalismo y el cambio
climático en el sistema agroalimentario maicero en México;
particularmente para proponer un marco conceptual para el abordaje de la
emergencia de movilizaciones sociales campesinas y sus proyectos
utópicos en México, sus consecuencias en términos de la sostenibilidad y
las ligas que han construido hacia y desde la agricultura mesoamericana
tradicional.
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