martes, 15 de julio de 2014

Descolonización y praxis en el modo de producción capitalista en Nuestra América: ¿es posible una academia no eurocéntrica?

Fiesta del Cristo de Teponahuasco (2014). Cuquío, Jalisco, México. Fotografía: Manuel A. Espinosa.[1]




Resumen
Nos planteamos la pertinencia de la descolonización en la América Latina actual en la que el modo de producción capitalista es hegemónico. Retomando el discurso de algunos investigadores latinoamericanos, buscamos justificar el sentido de la descolonización en nuestra región-tiempo y tendemos lazos hacia la noción de praxis como saber y hacer para la liberación, mientras que discutimos cómo la ciencia occidentalizada ha justificado la dominación social, la explotación económica y la depredación cultural, y cuáles podrían ser las pautas para una academia no eurocéntrica, descolonizada y revolucionaria.


Introducción
La reproducción de las estructuras y prácticas coloniales de dominación y explotación han sido legitimadas desde el conocimiento científico eurocéntrico, que ha estado ligado históricamente a las Clases del poder, quienes han sido capaces de justificar las transformaciones políticas y sociales necesarias para perpetuar el modo de producción capitalista.
Desde el pensamiento crítico descolonizador de autores como Rivera-Cusicanqui, Mignolo, Tapia y Escobar, nos proponemos en dos apartados revisar el contexto histórico de nuestra región en el que es pertinente la aproximación descolonial para posteriormente revisar brevemente las implicaciones que ello tendría para la academia latinoamericana.
En este trance, la noción de praxis constituye una categoría central que nos permitirá articular la crítica del discurso descolonial hacia la ciencia del poder y sus categorías con pretensiones de universalidad, superioridad y racionalidad. Esto es, proponemos que categorías como subdesarrollo, raza y ciencia constituyen ejes conceptuales profundamente coloniales que posibilitan invisibilizar las vías emancipadoras latinoamericanas y reproducir el status quo de dominación, por lo que con De Souza-Santos discutiremos qué implicaría para la academia de la región una sociología de las emergencias y de las ausencias y con Mignolo cuál podría ser una ruta de desobediencia epistémica, o como dice Dussel para una política de la liberación.

El modo de producción capitalista y Nuestra América
El muy largo ensayo de Eric Hobsbawm, sobre los sucesos históricos más relevantes del siglo pasado a escala mundial, según su entender marxista, es una detallada compilación e interpretación de cómo las disputas por el poder y la geopolítica hicieron del tiempo y del espacio mundializado su patio de recreo de manera que

El siglo XX corto acabó con problemas para los cuales nadie tenía, ni pretendía tener, una solución. Cuando los ciudadanos de fin de siglo emprendieron su camino hacia el tercer milenio a través de la niebla que les rodeaba, lo único que sabían con certeza era que una era de la historia llegaba a su fin. No sabían mucho más (Hobsbawm, 1999, p. 549).
No obstante, el hilo conductor de tales procesos históricos, propone el autor en cierta forma, pueden ser leídos como la historia de la reproducción del capital y las transformaciones sociohistóricas y económico-políticas necesarias para perpetuarse como paradigma civilizatorio legitimador del establishment global que, entre sus disputas y retórica demagógica sobre el desarrollo, el progreso y la modernización, lograron llegar a un tercer milenio, con incertidumbres sí, pero que ha consolidado su posición de dominación y explotación sobre los grupos sociales subalternizadas.
Por su parte, David Harvey ataja la cuestión histórica reciente haciendo una lectura sobre la posmodernidad como paradigma civilizatorio contemporáneo y discurre sobre sus implicaciones

Las preocupaciones posmodernas (se centran más) por el significante más que por el significado, por el medio (dinero) más que por el mensaje (trabajo social), el énfasis en la ficción más que en la función, en los signos más que en las cosas; estética más que en la ética, sugieren una consolidación y no una transformación del rol del dinero tal como lo define Marx (Harvey, 1998, p. 122).

De tal forma la historia mundial contemporánea, coincidimos con lo autores, no ha sido sino un proceso de adecuaciones societales para permitir la apropiación del plusvalor por parte de esta nueva burguesía transnacional y con la benevolencia de las élites de burócratas como funcionarios públicos de los aparatos e instituciones de los Estados-nación que reciben directrices de las agencias multilaterales y de los corporativos financieros.
En este sentido, de manera muy convincente Claude Raffestin hace una muy atinada geografía del poder, en donde destaca cómo se fueron construyendo las redes y nodos, los centros y periferias, los límites y fronteras de las clases burguesas y de sus procesos de reproducción del capital a lo largo del planeta mediante procesos tecnológicos, mediante la construcción de identidades de consumo, mediante la apropiación de recursos

Los  recursos  no  preexisten  en  las  sociedades,  no  son  “naturales”; sus propiedades son “inventadas” por las sociedades y son variables en el tiempo, según los valores de uso y de cambio que cada sociedad les atribuye; cosas ocultas o casi, desde que se fundó la geografía, que parecen evidentes cuando se escribe claramente, pero que se olvidan en la práctica (Raffestin, 2011, p. 5).

Es justamente en esta construcción de sistema-mundo –para recordar a Wallerstein- de carácter burguesa en la que queremos centrarnos en esta breve reflexión, pues ha sido en el devenir y avatares que la reproducción del capital requirió para perpetuarse de forma incierta al inicio de este tercer milenio bajo el signo de la posmodernidad donde emergió la noción geopolítica de Tercer Mundo como categoría epistemológica de Nuestra América en términos de constituir un continente subdesarrollado. En efecto
la pregunta que se hicieron los postestructuralistas no fue “¿cómo podemos mejorar el proceso de desarrollo?”, sino “¿por qué, por medio de qué procesos históricos y con qué consecuencias Asia, África y Latinoamérica fueron ‘ideadas’ como el ‘Tercer Mundo’ a través de los discursos y las prácticas del desarrollo?” (Escobar, 2005, p. 18).

Es esta pregunta fundamental la que ha movilizado a un par de generaciones de intelectuales, líderes sociales y promotores comunitarios y que actualmente podríamos identificar en la tendencia política-académica de la descolonización,[2] en la que nos concentraremos en el siguiente apartado y que por lo pronto dejaremos en espera porque queremos redondear nuestra explicación sobre el modo de producción capitalista y su discurso desarrollista y cómo ello ha posibilitado la subalternización de nuestro continente, en lo general, y de ciertos grupos sociales, en lo particular.
Consecuente con lo anterior, retomamos la reflexión Porto-Gonçalves que se esmera en señalar en que la Historia se ha empeñado en justificar los procesos de colonización, dominación y explotación de los recursos naturales y la población nativa de América Latina en un primer momento, gracias a una noción lineal y progresiva (cartesiana) de la historia construida desde los centros de poder en Europa. Acto seguido, con la ayuda de la Antropología, Sociología y Economía se logró justificar la imposición del modelo político y económico liberal cuya expresión histórica ha sido el capitalismo y el Estado moderno de Derecho (Mignolo, 2010), con lo que fue posible la prosperidad de una burguesía americana y europea que subalternizaron y explotaron a grupos sociales de afroamericanos, indígenas, mujeres y ancianos (Spivak, 2010). Todo lo anterior, en virtud de un pensamiento cartesiano autolegitimado como superior, inmanente y racional

Lo que se critica aquí no es la idea de pensamiento universal, pero, sí, la idea de que hay uno y solamente un pensamiento universal, aquel producido a partir de una provincia específica del mundo, Europa y, sobre todo, a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, aquel conocimiento producido a partir de una sub-provincia específica de Europa, la Europa de habla inglesa, francesa y alemana, a fin de cuentas, la segunda moderno-colonialidad, que insiste en olvidar el conocimiento producido en la primera moderno-colonialidad, aquella de habla española o portuguesa (Porto-Gonçalves, 2009, p. 122).

En última instancia, como argumenta Aníbal Quijano, la Ciencia europea logró desarrollar un discurso en donde se naturalizó la superioridad del europeo (hombre, blanco y cristiano) tenía que imponerse sobre la inferioridad del nativo; de tal forma que la conquista, la matanza, la depredación y explotación de las sociedades amerindias por parte de colonizadores, primero, y burgueses, después, se hubo de consolidar con la noción de la Biología y de la Antropología de raza europea (superior) e indígena (inferior)

La formación del mundo colonial del capitalismo, dio lugar a una estructura de poder cuyos elementos cruciales fueron, sobre todo en su combinación, una novedad histórica. De un lado, la articulación de diversas relaciones de explotación y de trabajo-esclavitud, servidumbre, reciprocidad, salariado, pequeña producción mercantil –en torno del capital y de su mercado. Del otro lado, la producción de nuevas identidades históricas, "indio", "negro", "blanco" y "mestizo", impuestas después como las categorías básicas de las relaciones de dominación y como fundamento de una cultura de racismo y etnicismo (Quijano, 1992, p. 1).

Por lo tanto, asistimos a un proceso colonial de larga duración en Nuestra América que consiste no sólo en ocupación e imposición armada de la dominación política y económica por parte de europeos, sino de categorías epistémicas que se forjaron desde las ciencias sociales (eurocéntricas) para reinterpretar y justificar la dominación y explotación que necesitaba la burguesía (y la nobleza decimonónica) para sobrevivir y que, recientemente, se amparó bajo el discurso del (sub)desarrollo y del progreso

De ese modo, el proceso de constitución de tal estructura de poder mundial no consistió solamente en el establecimiento de relaciones sociales materiales nuevas. Implicó también y en el mismo movimiento, la formación de nuevas relaciones sociales intersubjetivas (… ) El racismo y el etnicismo fueron inicialmente producidos en América y reproducidos después en el resto del mundo colonizado, como fundamentos de la especificidad de las relaciones de poder entre Europa y las poblaciones del resto del mundo. Desde hace 500 años, no han dejado de ser los componentes básicos de las relaciones de poder en todo el mundo. Extinguido el colonialismo como sistema político formal, el poder social está aún constituido sobre la base de criterios originados en la relación colonial (Quijano, 1992, p. 1).

Por todo lo anterior, los estudios descoloniales se empeñan en discutir y criticar las categorías epistémicas y los saberes científicos occidentales, dado que históricamente han estado aparejados a los procesos de dominación política, subyugación cultural y explotación económica de la burguesía (Mignolo, 2010); mismos que se reproducen a diversas escalas y magnitudes (entre familias, pueblos y comunidades) de forma naturalizada, en donde la dominación en términos género, de lengua o de apariencia se presupone como dada de forma acrítica e inmanente cual identidades históricas esenciales pero que constituyen una estructura socialmente construida y reproducida para la explotación, pues

nunca, nunca antes en la historia de la sociedad humana se había dado, en proporción a la potencial producción de riqueza sin desperdicios, una polarización tan espectacular de esa riqueza –es decir un, efectivamente, desperdicio de riqueza que convive con la insatisfacción de las necesidades básicas de la mayoría–, una brecha tan monstruosa entre ese 20% de la población mundial que concentra el 80% de la riqueza (de toda la riqueza, comprendiendo el “capital simbólico” del que hablaba Bourdieu) y su relación inversa: esto solo bastaría para calificar sucintamente al sociometabolismo del capital de asesino serial masivo. o, si se quiere, de genocida a una escala históricamente desconocida (Grüner, 2011, pp. 20-21).

En síntesis, el proceso colonial no es un proceso unidimensional, sino múltiple que abarca circuitos económicos y de intercambios, estructuras de poder y autoridad, formas de explotación y depredación ecológica, patrones legítimos de intersubjetividad y intrasubjetividad, y un corpus-praxis racional y científico civilizatorio cuyas categorías epistemológicas y hermenéuticas –universalizadas- se imponen a todos los grupos sociales subalternizados (Echeverría, 2013).


Descolonización y praxis en el Sur
Debemos estar advertidos de que “los estudios poscoloniales en América Latina han generado una inmensa controversia, en la cual se incluye hasta el título bajo el cual fueron concebidos” (Iglesias & Gutiérrez, 2010, p. 91). Sin embargo, más allá de las diferencias entre los líderes académicos, existe un cierto consenso en que

la ciencia es solo un invento de la modernidad, un instrumento de dominación, y se puede prescindir de ella. No hay diferencia entre el cuentacuentos y el historiador porque, para ellos, ambos hacen literatura con alguna pretensión de veracidad. Esto tal vez se deba a su asunción del papel de la historia como conciencia filosófica de la modernidad (Iglesias & Gutiérrez, 2010, p. 97).

Una interesante aproximación crítica al proceso de colonización como el que propone Mignolo (1996) está dado en los estudios de Gayatri Chakravorti Spivak en los que ha examinado la filosofía: cómo Kant repudió al aborigen; cómo Hegel colocó al Otro de Europa dentro de un modelo de desviaciones normativas con respecto a sí misma y cómo el sujeto colonial depuró a Hegel;[3] de manera que en su análisis reconoce una larga gestación del pensamiento superior que ha buscado justifica que

mientras el Norte sigue en apariencia «ayudando» al Sur -al igual que antes el imperialismo «civilizaba» el Nuevo Mundo-, la aportación crucial del Sur en el mantenimiento del estilo de vida del Norte, hambriento de recursos, queda repudiada [foreclosed] para siempre. En los poros de este libro, se apunta a la idea de que el prototipo del informante nativo repudiado [foreclosed] en la actualidad es la mujer más pobre del Sur (Spivak, 2010, p. 18).

Sin embargo, el mundo de las ideas que justifica un orden mundial de dominación no es meramente cuestión de los clásicos, sino es un proceso vivo contemporáneo que se reproduce y recrea en las academias actuales

La idea de un proceso de globalización relativamente singular emanando de unos pocos centros hegemónicos permanece dominante (... ) Desde una perspectiva filosófica y sociológica, la raíz de la idea de una creciente y omnipotente globalización subyace en la concepción de la modernidad como un fenómeno esencialmente europeo. Recientes desafíos a esta concepción desde locaciones periféricas han cuestionado el supuesto no examinado –encontrado tanto en pensadores como Habermas, Giddens, Taylor, Touraine, Lyotard, Rorty, etc., así como en Kant, Hegel y en la Escuela de Frankfurt antes que ellos– de que la modernidad puede ser explicada totalmente por referencia a factores internos de Europa. Las concepciones de Habermas y Giddens han sido particularmente influyentes, dando origen a un género de libros sobre modernidad y globalización (Escobar, 2003, p. 55).

Entonces, el horizonte de posibilidad sobre Otros mundos y otra epistemología se hace crucial para entendernos como latinoamericanos y para nuestro proyecto civilizatorio (Grüner, 2011). Por ello, autores como Balandier (1973), López-Segrera (s/f), Quijano (1992), Escobar (2005), Rivera Cusicanqui (2010), Echeverría (2013), y otros más se han concentrado recientemente en dar cuenta de las rutas alternas que en la historia latinoamericana nos hemos ido construyendo pero que han sido invisibilizadas por el poder, en palabras de Orlando Fals Borda

Al seguir considerando este tema desde el ángulo teleológico, hallé relativamente fácil hacer la recolocación de la utopía y relacionarla con la construcción de un socialismo democrático posible. En primer lugar, resultó evidente que los escritores utópicos no hacían uso exclusivo de su imaginación sino que se basaban en hechos observables. Las utopías tenían raíces y entronques con culturas conocidas, y se concibieron mediante novedosas combinaciones de patrones existentes, como si los autores hubieran querido desafiar, en esas formas, a las sociedades en las cuales vivían, así como también retar al statu quo (Herrera & López, 2012, p. 450).

Así, la utopía latinoamericana que se autopropone escapar de la opresión y de la dominación de Clase, en realidad es la respuesta consecuente que Francisco López-Segrera nos propone desafiante en términos de la posibilidad de construir un pensamiento y práctica propia de la región que escape de las categorías que usa el poder para reprimir, invisibilizar y dominar (López-Segrera, s/f). En términos de De Souza-Santos (2010) es clara la necesidad de descolonizar el conocimiento y el llamado pensamiento científico pero que va aparejado de nuevas prácticas colectivas, construcción de intersubjetividad Sur-Sur y en última instancia de un nuevo paradigma político como señala atinadamente Tapia (2006).
Si es necesario descolonizar el saber y reconstruir la práctica, entonces nos referimos a que es tarea fundamental de los estudios descoloniales la sistematización de la praxis latinoamericana como sugiere Fals Borda

Quedan por examinar otros componentes latinoamericanos que sirvan para la recuperación planteada. Ya he hecho una defensa general de las utopías, y he interpretado las Revoluciones de 1989, los legados de Guevara, Torres y la Revolución Cubana, y el insumo técnico de Bariloche. Los aportes adicionales de esta clase por fortuna son muchos y variados. Provienen principalmente de movimientos populares y sociales que se institucionalizaron y se convirtieron en partidos radicales durante los últimos veinte años, y de agrupaciones que han adoptado formas de acción para la democratización, la comunalidad y el respeto a la heterogeneidad y a la diversidad en las sociedades (Herrera & López, 2012, p. 455).

Pero no sólo hemos de referirnos a que la praxis (revolucionaria) en el Sur se encuentra preferentemente en los procesos históricos que han sido un hito en nuestra historia, sino sobretodo en los procesos y movimientos sociales que parten de una utopía de cambio y desafían al poder, que se implican con una forma alternativa de conocer su entorno y que derivan en colectividades y relaciones sociales simétricas que asumen la otredad y la diferencia (mujer, indígena, campesina), como sugiere De Souza-Santos (2006) y otros académicos en términos de que

este sujeto revolucionario y este horizonte histórico-utópico de sujeto son los que se disuelven y nihilizan en la posmodernidad mediante efectivos procesos de fragmentación, discursivamente sobredeterminados y legitimados por la discursividad filosófica posmoderna (Grüner, 2011, p. 82).

No intentaremos hacer aquí un recuento de procesos sociales revolucionarios ni de los sujetos sociales de la praxis descolonizante (Modonesi, 2010) porque excede los límites de esta reflexión que simplemente aboga por la pertinencia de la descolonización en Nuestra América imbuida en el modo de producción capitalista y, por ello, la centralidad de la praxis en la academia,  en la comunidad y en las movilizaciones sociales.[4]
Como hemos venido argumentando, la relevancia de la descolonización como pensamiento crítico tiene consecuencias prácticas y epistémicas porque implica una forma nueva de conocer y de hacer, de aprender y relacionarse, de interpretar y construir colectividad, de razonar y valorar la alteridad en función de la praxis revolucionaria para la liberación (Dussel, 2007).
Si bien esta cuestión atañe de manera muy cercana a diversos segmentos sociales, como líderes sociales (Grosfoguel & Almanza, 2012) o servidores públicos (Bautista, 2014), en tanto roles informales y formales de liderazgo colectivo, respectivamente, creemos que tiene particular relevancia para el caso de investigadores y académicos tanto cuanto agentes institucionales del saber (De Souza-Santos, 2010).
Como han sugerido Quijano (1992), Harvey (2004), De Souza-Santos (2006), Escobar (2010), Mignolo (2010), Grosfoguel & Almanza (2012), Echeverría (2013) y de manera sobresaliente Orlando Fals Borda en los textos que compilaron Herrera & López (2012), los procesos de explotación y dominación colonial que requiere el modo de producción capitalista han sido posibilitados por la epistemología cartesiana cuyo lugar de enunciación contemporáneo –como atinadamente señala Spedding (2011)- ha sido eurocéntrica y anglosajona y cuyos intelectuales orgánicos acorde a Gramsci (1970) se vienen desempeñando como académicos e investigadores de las universidades occidentales, impulsores de la ideología científica, del pensamiento universal y del conocimiento racional.
En el caso de los académicos en Nuestra América, la praxis en el Sur no puede ser otra que aquella que se constituye a partir de una sociología de las ausencias y de las emergencias (De Souza-Santos, 2010),[5] esto es que desenmascara cómo la ciencia del poder activamente produce la alternativa como si no existiese, y cómo el vacío del futuro cartesiano (lineal) en realidad es un futuro de posibilidades múltiples y concretas, tanto utópicas y como realistas, lo que coincide con otros autores dado que esa ha sido la pauta histórica de la colonialidad
Según Echeverría, debido a la catástrofe ocasionada por la Conquista y la Colonia, el siglo XVII americano se caracterizaría por la discontinuidad de la vida americana con respecto a la vida europea y la vida prehispánica. En estas condiciones, el hombre americano de aquel siglo no podría hacer otra cosa que poner en funcionamiento el programa barroco: la (re)construcción de Europa en América y de lo prehispánico en dicha (re)construcción, lo que daría como resultado la reconstrucción (paradójica) de lo inexistente (Cevallos, 2012, p. 121).
En el sentido anterior, afirmamos que
la geopolítica del conocimiento ignora y descree (deslegitima) la diferencia colonial (epistémico y ontológica) y afirma saberes construidos en distintas ubicaciones históricas, reindica el pensar indisciplinado por las disciplinas de la modernidad. Con la geo y corpopolítica del conocimiento, la geografía de la razón se invierte. Y con ella, el hecho de asumir que todo está pensado desde el “corazón” del imperio (el corazón que se apropió del concepto de razón) (Mignolo, 2010, p. 45).
De tal forma, la desobediencia epistémica que propone Mignolo (1996) y el saber desde el Sur según De Souza-Santos (2006) pone en cuestión el saber experto, el conocimiento sistemático, y la interpretación tecnócrata cuyo thelos consiste en justificar el status quo como su lugar de enunciación dado que ello sólo contribuye a profundizar la colonialidad del poder que se expresa en el modo de producción capitalista acorde a Grüner (2002).
En efecto, como señala López-Segrera (s/f) al cuestionarse sobre la posibilidad de categorías epistemológicas no eurocétricas útiles para una hermenéutica de la liberación, en realidad se cuestiona sobre la posibilidad de institucionalizar procesos pedagógicos y académicos descolonizadores; en vez de reproducir las categorías del poder: “desarrollo sustentable”, “progreso y modernización”, “conocimiento científico”, etcétera. En última instancia, se sugiere que las instituciones académicas y sus profesores e investigadores en Latinoamérica han constituido –en muchos casos- centros de reproducción colonial de las estructuras de dominación y del discurso eurocéntrico (Tapia, 2013).
Tal y como coinciden Spedding (2011) y Rivera Cusicanqui (2010) en sus respectivos discursos sobre la pertinencia y su propia comprensión de la descolonización, el principio de especificidad del lugar de enunciación –que para nuestra reflexión está referida a los centros de investigación y universitarios- constituye una cuestión central en la descolonización y nos conduce nuevamente a la noción de praxis, esto es, no puede haber liberación o emancipación (Dussel, 2007) si el conocimiento o saber no surge de la acción política desde y con las clases subalternas.
Más aún, como claramente señala Mignolo (2002) al referirse a los aportes metodológicos de Silvia Rivera-Cusicanqui, diremos en nuestros términos que la ciencia descolonizadora no sólo es un cambio en las categorías discursivas y analíticas –que critiquen la noción de desarrollo, raza o género- sino que además de un activismo político (de la mano) con los sujetos subalternizados, los estudios descoloniales implican a los propios sujetos en los procesos de producción y utilización del conocimiento.[6]
Es decir, la descolonización como paradigma político liberador de Nuestra América no sólo aspira a un corpus retórico-conceptual y una praxis política, sino que también se cuestiona para qué y para quién se conoce, y de qué forma se realiza la actividad de conocer sistemáticamente.
Como es posible apreciar en los diversos textos que consignan Martínez, Chapela & Ruíz-Velasco (2013) en el tema de la salud y en Rivera-Cusicanqui (1990) para el tema de la historia comunitaria, la operativización metodológica en los procesos de investigación científica bajo el paradigma de la descolonización transita por cuestionarse investigación para quién, cómo y desde dónde; a pesar de las contradicciones y obstáculos que describe crudamente Andrés Aubry con relación a la posibilidad institucional de hacer ese tipo de investigación en las diversas academias latinoamericanas pues el investigador promedio
tiene un arsenal de “conocimientos” que no sirve a nadie, mientras que él no “sabe” nada de lo que a todos principalmente importa (Wallerstein, 2002). Por algo tiene que pagar a un informante para dar sustento a su futura publicación sobre futilidades que son golosinas para el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología pero ajenas a las preocupaciones de todos. El libro saldrá al público a destiempo, cuando la realidad en él analizada seguro ya ha cambiado, a veces drásticamente; ninguno de los involucrados lo leerá, si acaso alguno que otro lo hará a duras penas como algo intrascendente o riéndose de la imagen comunitaria que presenta dicha publicación. Más allá de su libro o artículo –de poca utilidad para desalfabetizados desde la Conquista–, su investigación carece de una devolución concreta a la comunidad. Sin regreso ético a quienes la padecieron, se torna indignamente extractiva –sacando información como se extrae materia prima de una mina– sin beneficio para quienes la proporcionaron (Aubry, 2011, p. 59).
Por lo anterior, consideramos aquí que la relación entre saberes y práctica para la liberación o para la descolonización se encuentra mejor reflejada en la noción de praxis (Gramsci, 1970) porque los conocimientos y estrategias colectivas que emanan de la praxis no son elucubraciones de aula, de laboratorio o de biblioteca –aunque algunos contenidos e ideas sean discutidas en algún punto en tales escenarios- sino que se detonan en las comunidades, grupos y familias con quienes se hace ciencia social y para quienes se produce el conocimiento. En última instancia, por ejemplo, a nadie realmente le interesa lo que sucede dentro del Movimiento Al Socialismo (MAS) en Bolivia como le importa a los propios integrantes del colectivo boliviano (Pukura, 2010), son ellos los protagonistas del proceso social y  quienes –si así lo consideran pertinente- a los que interesa una explicación histórica de su coyuntura política; los demás podremos ser interesados solidarios.
La investigación para la descolonización tiene que ser componente operativo de la praxis revolucionaria de los propios sujetos sociales, y es para ellos, desde ellos y con ellos como tendrían que configurarse los procesos de construcción de saberes y acciones colectivas, de manera que la separación entre academia y práctica política no es sino una frontera artificial y sesgada ideológicamente bajo el discurso de la neutralidad y pureza científica que, en última instancia, beneficia al poder pues le permite reproducir su bagaje conceptual “científico” que posibilita perpetuarse en las posiciones económicas, culturales y sociales de poder.
Ideas finales
Nos parece que el reto para el ámbito académico latinoamericano no sólo se encuentra en las categorías cartesianas con que se analiza Nuestra región, sino también en una reproducción de las lógicas verticales y extractivas de saberes por parte del investigador hacia los sujetos investigados. Más aún, la versión occidentalizada de este académico latinoamericano se encuentra separada de cualquier vínculo hacia los colectivos y comunidades para argumentar neutralidad  y objetividad en el proceso y resultados que deberán validar –no la propia colectividad que se analiza- pares académicos a quienes realmente no les interesan tales resultados sino que meramente cuidan la pulcritud del proceso analítico y manejo de datos. Es evidente que esta investigación no se hace porque al grupo social o comunidad o movimiento colectivo les interesa conocerse a sí mismos o retomarse de manera diferente con el apoyo de un facilitador externo, sino a petición de una comunidad científica y por interés el interés personal y curiosidad del propio académico.
La narración de Rivera-Cusicanqui (1990) sobre la tradición oral permite transparentar los términos, la metodología y las técnicas que podrían ser empleadas en los casos de investigación para la liberación, para la praxis de los sujetos.
Únicamente señalaremos que las posibles metodologías y técnicas que un colectivo puede utilizar para (re)conocerse o investigarse, para (re)apropiarse y aprehenderse, han de pasar no sólo por el manejo y adaptación de algunas técnicas etnográficas y las ya conocidas del trabajo comunitario y popular, sino por aquellas formas de expresión artística que incluye la pintura, pero también la música, los cuentos, la poesía, la artesanía y la danza. De tal suerte que si la pretensión del conocimiento latinoamericano es la de servir a la acción liberadora, es necesario voltear hacia las expresiones que condensan los momentos históricos y los almacenan en la memoria social a través de un mural, un ‘corrido’, una leyenda o un poema; aunque en nuestra experiencia tales síntesis se encuentran formuladas como formatos complejos y anidados en fiestas-celebraciones de varios días, que incluyen ritos, bailes y recitales como
Los qamiris (que) operan, además, desde y a partir de una serie de (bio) lógicas económico culturales propiamente andinas y son pues estas lógicas de vida, en las que la reciprocidad y la fiesta son fundamentales, las que, en verdad, fundan una verdadera propuesta alternativa (Pukura, 2010, p. 179).
 

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[1] Véase el sitio https://www.facebook.com/media/set/?set=a.10152438484383168.1073741895.773238167&type=1&l=fec81d45b9 para obtener una breve descripción de la festividad e imágenes adicionales.
[2] Nosotros entendemos la descolonización como la describe Walter Mignolo: “Hay que tener presente la distinción histórica entre a) la de-colonización política en África y Asia, entre 1947 y 1970 aproximadamente y, b) la de-colonización epistémica. Ramón Grosfoguel ha descrito esta última como “segunda decolonización” y Catherine Walsh y Nelson Maldonado Torres se refieren a ella bajo el término de “de-colonialidad”. La ventaja pedagógica de la de-colonialidad sobre decolonización es doble. Por un lado, nombra la tarea de desvelar y deshacer “la lógica de la colonialidad” y, por otro lado, nombra un proyecto y un proceso que deberían ser distinguidos de los diversos significados atribuidos a la “pos-colonialidad” (Mignolo, 2010, p. 19).

[3] Como señala Eduardo Grüner: “la teoría poscolonial está “informada” en muy alta medida, por la afiliación teórico-metodológico a la “alta” teoría francesa postestructuralista: notoriamente –por sólo nombrar a los grandes paradigmas- al pensamiento de Jacques Lacan, Michel Foucault o Jacques Derrida (anotemos, de piso, nuestra duda respecto a que el pensamiento de Lacan pueda ser tan fácilmente etiquetable como postestructuralista). Y es justamente la “intrusión” de estas sofisticadas teorías europeas en el trabajo de pensadores como Edward Said, Homi Bhabha o Gayatri Chakravorty Spivak –todos ellos provenientes de sociedades ex colonizadas como Palestina, Pakistán o la India, si bien formados en las universidades del Primer Mundo- lo que ha causado mayores controversias” (Grüner, 2002, p. 171), como es sabido, por ejemplo, para Silvia Rivera-Cusicanqui.

[4] Para profundizar en algunos sujetos históricos y movimientos revolucionarios, véanse los textos de Balandier (1973), Hobsbawm (1999), Mignolo (2002), Harvey (2004), Dussel (2007), Rivera Cusicanqui (2010), Pukura (2010), De Souza-Santos (2010), Spedding (2011), Grosfoguel & Almanza (2012), Tapia (2013), Bautista (2014), entre otros, particularmente las referencias bibliográficas que presentan sus textos.
[5] Véase cómo en Balandier (1973) éste hace una referencia al trabajo del francés Maunier titulado ‘sociología de la colonización’ en la que se minimiza el problema e impactos de la colonialidad.
[6] En nota anterior se refirió cómo Maunier minimizó los impactos e implicaciones de la colonización (Balandier, 1973). Seguramente, si la sociología de la colonización la hubiera escrito algún acasillado o mujer nativa de alguna colonia francesa en Argelia, la valoración de dicho proceso histórico hubiera sido el opuesto.