martes, 9 de septiembre de 2014

Mercados itinerantes en el espacio rural

 En México son ampliamente conocidos los mercados itinerantes como “tianguis”. En los tianguis es posible adquirir una amplia gama de productos alimenticios y de consumo que usualmente se encuentran a más bajo precio o en mejores condiciones -aunque al mismo precio- que lo que es posible obtener en un establecimiento formal. Una ventaja adicional, es que es posible regatear y obtener “pilones”. En la medida en que los comerciantes se “aclientan”, en esa medida empiezan a haber beneficios para los consumidores como descuentos, buen trato y alguna que otra manzana o pera “de más”, por ejemplo.
A pesar de que me resisto a hacer de esta entrada una de corte académico, como muchas disponibles, y preferiría hacerla más (foto)gráfica, trataré de abreviar la cuestión conceptual y pasar pronto a las impresiones que quiero compartir aquí.
La discusión inmediata, que el pensamiento dominante traerá a colación, son las implicaciones de estas actividades comerciales informales. Esto es, la evasión de impuestos, la afectación al comercio establecido, la comercialización de mercadería pirata (CD´s con música y audiovisuales, así como ropa con etiquetado falso, etc.), entre otras muchas más objeciones que diariamente circulan -con más o menos énfasis- en las notas de los periódicos y revistas.
En mi opinión, el approach al tema de estos mercados itinerantes -que no “informales”, dado que son bastante formales en el sentido de temporal y espacial- o llamados tianguis tendría que hacerse bastante diferente a como el establishment económico y político difunde sus opiniones al respecto como si no fueran de su interés particular. Vamos por pasos.
Brevemente recordaré el interesantísimo libro del historiador francés Fernand Braudel titulado “La dinámica del capitalismo” de la editorial FCE, en el que da cuenta –entre otras muchas cosas que omitiré para agilizar mi argumento- de cómo los mercados sufrieron un cambio radical cuando los comerciantes europeos y asiáticos en el siglo XVIII comenzaron a especular con los precios de las mercancías, con las rutas de distribución y con la disponibilidad/escasez de los productos. A su vez, esto permitió la emergencia de un flujo de papel moneda de Holanda a Turquía, de Venecia a Hong Kong, de Egipto a Londres, en el que los banqueros y comerciantes pudieron obtener enormes beneficios al manipular precios, condiciones de compra-venta y disponibilidad de productos, nos dice Braudel. Recordemos que la plata y oro que ya tenía más de 200 años circulando fue extraída de los pueblos de América gracias al despojo militar europeo que socarronamente han llamado “descubrimiento”.
Conforme se fueron industrializando los procesos de producción de las mercancías, el volumen comercial se incrementó dramáticamente; y los flujos monetarios, en papel y contratos también crecieron. Hubo una serie de grupos sociales, emigrantes excampesinos a las urbes europeas de inicios del siglo XIX, cuya habilidad para producir industrialmente y comercializar sus mercancías destacó notablemente. Esto fue así, al grado de competir en poder con los banqueros que habían venido haciendo jugosísimas ganancias durante más de un siglo con la manipulación de los mercados en los que se comercializaban las mercaderías asiáticas y americanas. Para Marx, esta clase social –preferentemente egoísta y voraz- es la burguesía; que para Weber no son sino una síntesis histórica de ascetismo religioso y racionalidad.
En términos de Marx, es la clase burguesa que se dedica a la apropiación del plusvalor generado con la fuerza de trabajo obrera y de la producción mercantil simple del campesinado la que históricamente impulsa el modo de producción capitalista como el proyecto socioeconómico de la modernidad porque –evidentemente- les beneficiaba como clase. El resto de la historia, espero lo puedan inferir.
En síntesis, pues, los mercados (“informales” y “establecidos”) tienen una larga historia de disputas y conflictos en donde lo que está en juego es quién tiene capacidad para apoderarse de la mayor parte del flujo de valor que circula en él. Lo que ha cambiado es que bajo la fase actual del modo de producción capitalista, referida coloquialmente como neoliberalismo, el Estado-nación ha legitimado que los mercados puedan ser monopolizados por corporativos adueñados de la producción y comercialización de las mercancías, lo que se traduce en un corpus jurídico que legaliza el procedimiento y les atribuye derechos y garantías.
Así, y para concluir con esta parte que ya se ha alargado, me parece que en la discusión sobre el comercio “informal” vs. “formal”, hay que asumir que históricamente los mercados están en disputa y ahí se reflejan –diría Marx en El Capital- el poder de clase para imponer su proyecto de dominación social. En nuestro momento histórico, el poder de clase es brutalmente asimétrico: entre corporativos empresariales apoyados por gobiernos nacionales y, en contraste, mercaderes de tianguis. Con todo, de vez en vez, cuando los voceros de la clase burguesa actual difunden las cifras de “cómo daña el comercio informal” a los establecimientos comerciales formales, a mí me da la saludable impresión de que quizás, después de todo, miles y miles de ciudadanos somos capaces de socavar y disputar el poder.
El segundo tema a presentar aquí, es mi reflexión e impresiones a propósito de este tianguis en la población rural de Cuquío, Jalisco, México. Supongo que para los que no han venido a México, les podrá ser interesante porque podrán realizar comparaciones con los mercados itinerantes de su localidad.
La fotogalería al final de esta entrada fue compilada durante el día de ayer domingo 7 de septiembre de 2014, desde las 6.30 am y hasta las 5.00 pm. Se establecieron 71 locatarios en espacios de una calle de la población de Cuquío cuyas dimensiones promedian 4×2 metros, el acomodo de los puestos es a ambos costados de la calle.
Como podrán observar, se venden frutas y verduras. De hecho, existen tres locatarios que están en este giro y sus espacios de 10×2 metros son más grandes que los del resto de comerciantes. También existen puestos que venden cocos, fruta picada, comida china, pollo crudo y cocinado “para llevar”, artículos de ferretería de segunda mano, etcétera. En la enorme mayoría del tianguis, se vende ropa, calzado y una amplísima cantidad de mercancías plásticas hechas en China de muy mala calidad pero a precios bajísimos: platos, juguetes, utensilios de cocina, etcétera.
Quizás lo que más me llamó la atención del tianguis es que tiene muy buena aceptación en esta población rural. Siendo un mercado en el que se ofrece primordialmente ropa y mercaderías de manufactura sintética, es evidente que asistimos a ruralidades cada vez más asimiladas a los patrones de consumo citadinos.
Al mismo tiempo, de los locatarios de este mercado de domingos, sólo pude reconocer a tres vendedores que ofrecían su propia producción agrícola y a 13 que radican en esta población rural mexicana. El resto, son vendedores que provienen de la zona metropolitana de Guadalajara y sus municipios conurbados. Es decir, este tianguis es un espacio para comprar mercancías traídas de fuera de Cuquío y no para vender los propios productos agrícolas, textiles, etc. Sorprendentemente, no existe iniciativa –ni por parte de consumidores, ni de productores, ni de autoridades municipales- para producir y vender entre las propias familias rurales algunos de sus bienes de consumo, cuando ello es posible.
Finalmente, es notable el grado de compromiso que implica el oficio de comerciante. Es muy demandante que estos locatarios se despertaron ese día a las 3.00 am y salieron de sus casas hacia las 5.00 am con sus camionetas y vehículos cargados para tomar la carretera por una hora y media. Posteriormente, armaron sus puestos en cosa de una hora. Desayunaron y comieron al mismo tiempo que atendían a sus clientes. Hacia las cuatro de la tarde empezaron a desmantelar sus locales y para las cinco, en promedio, estaban tomado de nuevo la carretera para llegar a sus hogares, posiblemente, hacia las siete de la noche. Esto representa una jornada diaria de 16 horas de trabajo que la mayoría de comerciantes realiza seis días a la semana.
En términos económicos, los balances son muy variables porque los giros son bastante heterogéneos. Sin embargo, pude estimar con algunos datos sueltos que me proporcionaron los mismos locatarios que sus ingresos netos oscilan entre los $250.00 (USD$19.00) en el caso de un locatario que vende ropa y que no le acompaña algún familiar y los $1,250.00 (USD$96.00) para quienes sí cuentan con la ayuda de tres personas o más, en el caso de la venta de frutas y verduras, siendo frecuente que uno o dos pertenezcan al mismo núcleo familiar.
Sin más explicación, les presento la siguiente fotogalería, recordándoles que pueden descargar las imágenes y pueden ser usadas sin fines de lucro, citando al autor.
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Fotogalería

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Autor: Manuel Antonio Espinosa Sánchez
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