martes, 22 de abril de 2014

¿Es posible la rentabilidad económica sin explotación social ni depredación ecológica en el modo de producción capitalista?

A propósito de la noción de sustentabilidad y los Agricultores Unidos Región Guayangareo en Michoacán, México

 Parte II

Continúa de la Parte I en  https://manuelantonioespinosa.wordpress.com/2014/04/22/es-posible-la-rentabilidad-economica-sin-explotacion-social-ni-depredacion-ecologica-en-el-modo-de-produccion-capitalista/

 

La producción campesina y su mercantilización

La organización Agricultores Unidos Región Guayangareo agrupa a más de 1,500 campesinos de la zona cuyas unidades de producción tienen una superficie de siete hectáreas en promedio y en donde cultivan maíz, sorgo y trigo durante dos ciclos por año.[1] Sus canales de comercialización son Maseca, Minsa, Diconsa, molineros en la región del Bajío, principalmente en Morelia, y varias industrias forrajeras. Por ello, esta sociedad de producción rural se encuentra inserta en los circuitos mercantiles capitalistas porque su producción excedentaria es vendida a empresas industrializadoras cuya finalidad es la acumulación del capital, y por lo tanto estos campesinos participan en el modo de producción capitalista aportando sus cosechas sin que en sus parcelas exista una reproducción de capital porque en sus procesos productivos no existe una búsqueda de apropiación de plusvalor:

“Dicho de otra manera, la economía campesina de racionalidad no capitalista, resulta ser en ciertos cultivos, tierras y regiones, más funcional a la acumulación capitalista global que la operación generalizada e irrestricta de unidades de producción empresariales que elevaría los precios agropecuarios ocasionando un “pago de más”, una renta de origen diferencial” (Bartra, 1986, pp. 12-13).

Entonces, este campesinado constituye una clase, dentro de la estructura social, que se caracteriza por pequeños y medianos productores mercantiles simples[2] en donde no hay venta de su fuerza de trabajo ni compra de la misma pero cuya actividad productiva constituye la base económica sobre la que se erige el proceso de reproducción y acumulación del capital, por lo que el campesinado es partícipe del modo de producción capitalista sin que en sus explotaciones agrícolas se verifique una apropiación del valor del trabajo de otros; antes bien, cuando coloca su producción en el mercado capitalista, el valor de su trabajo es apropiado por la empresa agroindustrial.

Entonces, el campesinado y su producción mercantil simple (Bartra, 1976) es crucial en la fase actual del modo de producción capitalista porque al necesariamente insertarse en el sistema agroalimentario mexicano –que es dominado por las industrias como Maseca, Cargill y Grupo Bimbo- se le imponen técnicas de cultivo y grados de productividad de manera que la renta que obtienen por sus excedentes sea favorable en términos de costo-beneficio. Evidentemente, el agricultor es ‘libre’ de escoger el tipo de cultivo, las características de los insumos y otros aspectos de su producción. Sin embargo, en todos los casos, si no alcanza un determinado rendimiento por hectárea el balance costo-beneficio le será adverso, dado que el establecimiento de los precios de compra de cosecha están referenciados a los precios con que ‘libremente oferta’ el farmer, fazendeiro o agriculteur agroempresario que está dispuesto a exportar su producción al mercado mexicano. De esta forma, si el agricultor mexicano maicero no adopta un paquete tecnológico con semillas híbridas, agroquímicos y fertilizantes sintéticos y sistemas de siembra, riego y cosecha mecanizados difícilmente el precio ‘de mercado’ le permitirá obtener un balance positivo en su ciclo agrícola.[3]

Dicho de otra manera, para que el campesino de la AURG obtenga ingresos monetarios satisfactorios necesariamente debió cultivar su unidad productiva de tal forma que el valor de su cosecha supere el costo invertido en la misma; de lo contrario sufrirá una pérdida o balance negativo. Esto implica que en la actual fase globalizada del modo de producción capitalista en México, la producción mercantil simple del campesinado michoacano forzosamente tiene que adoptar la forma de agricultura industrial para comercializar con cierto éxito su cosecha excedentaria y allegarse ingresos.

En este contexto, preguntarse por la agricultura sustentable y sugerir esquemas de manejo multifuncional como lo hacen Dobbs & Pretty (2004) resulta insuficiente si no se cuestiona la matriz socioeconómica en la que se desarrolla la agricultura industrial y otras actividades antropogénicas guiadas por la crematística. Por otro lado, sugerir sistemas sustentables de manejo de recursos naturales como lo hacen Sarukhán et al. (2013) es loable porque representa un paso hacia delante en el reconocimiento institucional de la problemática compleja de la pobreza, marginación social y agotamiento ecológico en el que está inmerso México pero falla porque deja de lado el análisis estructural en el que se sitúan los fenómenos estudiados. Finalmente, los abordajes desde la economía ambiental que hacen Pimentel et al. (2005) y Constanza et al. (2007) han sido reconocidos en ciertos escenarios académicos y políticos conservadores porque en última instancia no cuestionan la acumulación del capital sino que por el contrario ofrecen alternativas a la reproducción del capital mediante la producción orgánica, el pago por servicios ambientales y el pago por secuestro de carbono, entre otras estrategias económicas que han sido enarboladas por la Green Economy que acertadamente critica Boff (2012).

Desde nuestra perspectiva, para discutir la sustentabilidad y hallar las improbables brechas de posibilidad, hay que cuestionar el modo de producción capitalista y reconsiderar las veredas de su contradicción: la explotación social y la depredación ecológica (Leff, 2011).

La sustentabilidad en el modo de producción capitalista

Como reseñó adecuadamente Gledhill (1981), la región del Bajío mexicano tiene una historia política y cultural compleja cuya producción agropecuaria se ha visto afectada por su ubicación geográfica en el centro del país y por sus características agroecológicas que la hacen adecuada para la agricultura mecanizada por consistir en un valle con suelos adecuados para la producción de granos.

Desde el punto de vista campesino, como es el caso de la AURG en Michoacán que está inserta en el modo de producción capitalista, no existe alternativa para lograr la comercialización de sus excedentes que llegan en años buenos a las 120 mil toneladas de grano en ambos ciclos.[4] Entonces, como hemos señalado, dado que el sistema agroalimentario mexicano se encuentra dominado por empresas industrializadoras que imponen –por la vía de los precios y el control del mercado nacional (Rubio, 2008)- las escalas de productividad necesarias para que los agricultores obtengan una renta mínima satisfactoria de sus cosechas, el problema de la sustentabilidad no está anclado a la forma de manejo de los recursos naturales, ni a la apropiación de los ecosistemas ni mucho menos a las formas de agricultura que ha asumido el campesinado mexicano. En realidad, como argumentaremos, la sustentabilidad tendría que lidiar con los imperativos que la reproducción del capital necesita, a saber, explotación, depredación y dominación socioecológica. Dicho de forma sencilla, quizás el discurso de ‘lo sustentable’ sólo muestra, sin quererlo, una contradicción más de la acumulación capitalista.

Si como hemos planteado anteriormente con Rubio (2008), que el sistema agroalimentario mexicano está apropiado por la lógica crematística de las empresas[5] en un contexto libremercadista (que en realidad no es libre y sólo significa que el Estado dejó de lado su papel como garante de la alimentación), y la producción campesina excedentaria de la citada organización en Michoacán necesariamente tiene que canalizarse a dicho mercado, en franca relación asimétrica con respecto a las grandes industrias alimentarias, entonces las condiciones de producción agrícola, de manejo de recursos naturales y de la formación de valor en las mercancías no depende del campesinado sino que viene dado por la necesidad de producir más para compensar el bajo precio de las cosechas de granos, es decir, hay una relación directa con los imperativos del mercado que han establecido las agroempresas y su racionalidad de acumulación de capital.

 Como han señalado Foladori (1999) y Leff (2000), no es cualquier antropogénesis la que ha devastado los ecosistemas, más bien es la civilización moderna contemporánea que por la dimensión y escala de la extracción de materiales, uso de energía, producción-consumo de mercancías y deposición de desechos ha generado un nivel –quizás irreversible- de afectación a la biodiversidad y a los ciclos planetarios que han sido cuantificados por Constanza et al. (2007) y reseñados por García (2007).

Dejando de lado la suposición de que los rústicos han preferido el uso del tractor que la coa, o la urea que el estiércol, por comodidad o practicidad, hemos propuesto que la modernización rural –para avanzar en el capitalismo global- ha impuesto la adopción campesina de la agricultura industrial para alcanzar los rendimientos agrícolas mínimos para la sobrevivencia de la familia rural y que, si en el caso del Valle de Guayangareo, aunque se establecieran policultivos y rubros productivos integrados –como los que analiza Gliessman (2007) desde la agroecología- necesariamente la racionalidad del modo de producción capitalista terminaría imponiendo su lógica depredadora de la naturaleza y explotadora de la fuerza de trabajo (Elizalde, 2012) que se origina en las empresas industriales alimentarias que manipulan el mercado y los precios para lograr mayores tasas de apropiación del plusvalor.

En el caso de que lo anterior fuera correcto, entonces la discusión sobre la sustentabilidad, sobre los límites del crecimiento, hay que hacerla de frente a la naturaleza contradictoria de la economía política del capital: mientras que explota al trabajador necesita que éste consuma sus mercancías, mientras que da valor nulo a los recursos naturales necesita de ellos para aprovisionar a las industrias, mientras que atesora valor en las mercancías es necesario que circulen más rápido para acumular más valor, cuando se disfraza de justicia y libertad necesita la muerte y escasez para hacerse más necesario y perpetuarse, reconoce sus límites para transgredirlos y crecer infinito.

No es que sólo que la agricultura industrial deba ser trocada por una agricultura orgánica o ecológica por simple decreto jurídico o mandato institucional, para entonces operativizar exitosamente la sustentabilidad como podría uno malentender del argumento de Dobbs & Pretty (2004). Tampoco es el campesinado, en el caso de la agricultura, el que debe asumir la tarea de producir eficiente y ecológicamente –y aún así en millones de casos son los más eficientes en términos económicos y ecológicos que las agroempresas según afirman Pimentel et al. (2005). Más bien el discurso de la sustentabilidad tendría que analizar cómo mediante el mercado los agricultores están siendo forzados por las agroindustrias a producir alimentos bajo la racionalidad de la reproducción del capital que ha descrito Leff (2000; 2007).

Sin embargo, el discurso prostituido de la sustentabilidad ha sido la oportunidad del modo de producción capitalista para ‘vestirse de ecologista’ sin abandonar la explotación social y la depredación ecológica porque en última instancia son imprescindibles para la acumulación de plusvalor y, así, ejercer profundizar la dominación política de la clase burguesa.

No obstante, existen serios esfuerzos por conciliar la viabilidad económica, la equidad social y el soporte ecológico, por medirlos de forma multidimensional para reorientar las formas de manejo de los recursos naturales (Gliessman, 2007). Tales intentos hacen aportes interesantes para mejorar los esquemas de producción y comercialización y los arreglos sociales para la redistribución de la riqueza como los que se presentan en Gameda & Dumansky (1994) y de forma sobresaliente Astier, Masera & Galván (2008).

Reflexiones finales

Se ha sugerido aquí que el discurso de la sustentabilidad podría ser una manifestación más de la contradicción que entraña el modo de producción capitalista, cual serpiente que se devora a sí misma.
Si bien la noción de ‘lo sustentable’ ha sido orientador de algunas prácticas agrícolas, de cierto comunitarismo solidario y de algún ecologismo, es necesario asumir una posición crítica del discurso que justifica la erradicación de una clase social porque sería en sí misma ‘insustentable’.
En el caso de la AURG en Michoacán, es posible que la noción de sustentabilidad como eje analítico pueda aportar ciertas claridades para objetivar la práctica agroecológica de sus asociados rústicos. No obstante, es necesario evidenciar que al estar necesariamente vinculados de forma asimétrica en el modo de reproducción del capital, dado que sus unidades productivas funcionan como producciones mercantiles simples, su umbral de sustentabilidad estará limitado políticamente a través de las condiciones estructurales impuestas por la vía del precio de compra de las cosechas y, a su vez, por la forma de producción que supone una renta aceptable en esas condiciones de mercado.

Bibliografía


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[2] Véase una explicación de la forma de producción mercantil simple en la literatura de Aleksandr Chayánov, una ilustrativa introducción a Chayánov se encuentra en Bartra (1976).
[3] Es importante señalar que la racionalidad campesina no está guiada por el cálculo del costo-beneficio al que heurísticamente hemos recurrido, como si fuera una empresa capitalista. En realidad, el manejo de la unidad productiva campesina es generalmente diversificada y además se complementa con otras fuentes de ingreso monetarios y en especie. Por otro lado, la noción de costo y de beneficio suele estar guiada por los imperativos familiares, comunitarios, climáticos y otros que experimenta el agricultor, por ejemplo, las exigencias de ingresos para la crianza de los hijos son diferentes de las propias de la vejez (Bartra, 1976).
[4] Esto es, aunque fuera bajo la forma de comercio justo o economía solidaria, esta producción excedentaria tendría que circular dentro del flujo de intercambios y de agregación de valor propio del mercado capitalista.
[5] Véase una convincente discusión sobre la lógica crematística contemporánea en Martínez-Alier (2011).

viernes, 11 de abril de 2014

La opción por los pobres: el lugar de enunciación del Cristo crucificado




A propósito de la próxima Semana Santa 2014, que consiste en la celebración cristiana de la Pascua, me parece que no es ocioso reflexionar en el sentido profundo de la Pascua histórica, en su radicalidad política como fuente de su sentido religioso. Dado que aumenta el fervor de la religiosidad cristiana en estos días, es indispensable contemplar al Misterio Pascual en el Cristo crucificado contemporáneo. De otra forma, difícilmente se revela el Camino pascual.

Dentro de las múltiples tradiciones cristianas para celebrar la Pascua –que no vamos a discutir en estos cortos renglones- me parece que es sobresaliente aquella propia de la Iglesia Primitiva que rescata la opción por los pobres[1] como lugar epistemológico y hermenéutico para situarse y experimentar el Misterio Pascual, lo que en términos seculares implica recurrir al principio de especificidad del lugar de enunciación y que consiste en

“que cada concepto y significado surge y es utilizado en un determinado lugar y tiempo, por parte de personas con ubicación precisa en la estructura social de ese  tiempo y lugar, y sólo considerando este contexto se puede comprender adecuadamente lo que se habrá querido decir con esas palabras” (Spedding, 2011, p. 89).

Si, junto a la Iglesia Primitiva somos capaces de contemplar al Verbo que se encarna con las prostitutas, con los leprosos, con los ancianos y niños, y desde ahí declara abolida la Ley religiosa escrita, el dominio político de los Sacerdotes y la explotación de Roma, entonces se transluce que el Cristo histórico se sitúa con las pobres, los marginados y las excluidas; en el margen, en la ignominia, en la Cruz.

En un mundo cuyos ecosistemas y biodiversidad están en franca debacle y agotamiento, y en el que un mil millones de seres humanos se encuentran en situación de hambre, resulta que la riqueza se concentra en menos de 1% de la población mundial, por lo que es imposible ignorar que el Cristo histórico –asimilado hoy en l@s empobrecid@s y en la naturaleza- se encuentra crucificado por la máquina social explotadora de los trabajadores y depredadora de los ecosistemas que está animada por el modo de producción capitalista (Marx & Engels, 2012).

Por lo anterior, la posibilidad de contemplar al Cristo crucificado está dada por nuestra ubicación histórica y política hacia –o en contra- los grupos de explotadas y explotados y en términos de una apropiación de la naturaleza a escala humana
 
Sólo de esta forma, será posible experimentar el Camino Pascual que consiste en bajar de la Cruz a los pobres y hacer justicia al planeta, es decir, la vivencia de una cristología de la liberación.

Bibliografía
Dussel, E. (1991). Cuestión étnica, campesina, popular en un cristianismo policéntrico. En I. B. Casas, Teología y Liberación. Religión, cultura y ética. Ensayos en torno a la obra de Gustavo Gutiérrez (págs. 141-156). Lima: CEP.
Marx, K., & Engels, F. (2012). El manifiesto comunista. Madrid: Nórdica Libros.
Spedding, A. (2011). Descolonización. Crítica y problematización a partir del contexto boliviano. La Paz: ISEAT.




[1] Véase el trabajo de Jon Sobrino, Gustavo Gutiérrez y Leonardo Boff en http://servicioskoinonia.org/relat/251.htm

martes, 8 de abril de 2014

Modernización rural y su materialización espacial en el Occidente de México

 
 
Modernización rural y su materialización espacial en el Occidente de México[1]

Manuel Antonio Espinosa Sánchez[2]

La profundización de las tendencias modernizadoras, en múltiples ámbitos de la cotidianidad de las familias campesinas en los espacios rurales en México, han ocasionado la apropiación de medios de vida industrializados y una menor relevancia de las formas de vida campesinas que se basaban en los agroecosistemas centrados en la producción de maíz blanco (Zea mays) en Cuquío, Jalisco (Hernández Xolocotzi, 1985).
Luego de realizar un programa de entrevistas, trabajos grupales y de recuperación de información geoestadística para el caso de la organización Asociación de Productores de Juchitlán en la localidad de Juchitlán del municipio de Cuquío, nos proponemos presentar aquí un primer análisis de los datos e información que obtuvimos de las doce familias de cinco integrantes en promedio que conforman esta organización situada en tal localidad en el Occidente de México.
De manera sintética, los hallazgos nos sugieren que en esta organización existe 1) una recurrencia a formas de trabajo asalariado (jornales) e ingresos no agrícolas, 2) un creciente consumo de satisfactores producidos de forma industrial y 3) una mayor dependencia de mercados monetarizados e intercambios en cuya producción de valor ellos no participan (Figura 1).

Figura 1. Diagrama de importancia del flujo de satisfactores familiares en la organización Productores de Juchitlán SPR de RL en la localidad de Juchitlán, Cuquío, Jalisco en México con base en el origen de su ingreso y destino de su consumo.
 Inputs&ouputs del sistema
Fuente: Elaboración propia.

Esta modernización ha implicado, entonces, que para este campesinado el cultivo de maíz –como monocultivo y como policultivo de traspatio o ladera asociado con frijol o calabaza (cuamil)- es decir, la configuración de su agroecosistema se presenta como ‘importante y menos importante’ con relación al total de sus entradas (monetarias y en especie). Al mismo tiempo, sus salidas o consumo se encuentran referidos a productos y servicios satisfactores que ellos no producen, lo que representa la adopción de un patrón de vida de carácter urbano en un paisaje rural de asentamientos humanos dispersos y con un entorno de campos de cultivo.[3]
En términos de los medios de vida en Juchitlán, las transferencias monetarias y en especie (subsidios) de las instituciones gubernamentales y las remesas que son enviadas por integrantes de las familias desde los EEUU fueron estimadas como un 40% de sus ingresos anuales. No obstante, ante las restricciones laborales para los inmigrantes en los EEUU, estas remesas tienden a reducirse y a varias familias ya les ha impactado. Los gastos diversos que usualmente eran destinados a mejoras en su vivienda o mantenimiento del medio de transporte familiar, cada vez son más reducidos y en varios casos nulos.
Dentro de este panorama rural, nos indicaron los médicos que atienden a esa localidad, es frecuente encontrar niños y niñas con talla baja, algunos casos de desnutrición severa y muchos de obesidad que están originados principalmente por el consumo de ‘comida chatarra’ (frituras diversas, bebidas gaseosas azucaradas, golosinas y panecillos) que supone alrededor de 10% a 15% de su gasto monetario anual. Esto va a la par de la reducción en el consumo de hierbas silvestres, huevo y carne de gallina de traspatio y de tortillas de maíz caseras,[4] entre otros alimentos tradicionales que se han sustituido por alimentos precocinados y enlatados. Esto es consistente con los datos de la Encuesta Nacional de Salud que revela un drástico cambio en las preferencias alimentarias en México y sus impactos en nutrición.[5]
         No obstante desde la agroecología mantenemos un punto de vista crítico hacia los monocultivos industrializados –por sus impactos en el ecosistema y en la base productiva agrícola-, nos parece que la escalada modernizadora en el espacio rural ha logrado impactar aspectos cruciales de todo el sistema territorial campesino entre los cuales el monocultivo de maíz se muestra como una manifestación modernizadora más (Haenn & Wilk, 2006). Lo que ahora constatamos es el tránsito de una autodependencia y forma endógena de vida campesina hacia una mayor dependencia de satisfactores y medios de satisfacción exógenos e industrializados en la medida en que el trabajo, sustento e intercambios dejan de estar enraizados en la producción campesina dentro de su finca o unidad productiva (Hernández Xolocotzi, 1985).
Como hemos observado, los ingresos familiares con origen en el trabajo asalariado, las remesas de los emigrantes en los EEUU y los subsidios gubernamentales posibilitaron el tránsito de medios de sustento local (agua de pozo, huaraches, vestido rústico, curanderos, caballo, alimentos producidos localmente y de recolección silvestre, etc.) a medios de sustento moderno (agua embotellada, zapatos y ropa de manufactura industrial, medicina moderna, vehículo motorizado, alimentos industrializados, etc.) con lo que se logró la incorporación de esta localidad un mercado de consumo de bienes industrializados (Espinosa S., 2013).
Entonces, no ha sido el monocultivo de maíz –puesto que el cultivo industrial más bien representa beneficio para las trasnacionales semilleras y de agroquímicos- lo que ha permitido cierto poder adquisitivo en estas familias rurales. Ha sido el acceso a otras fuentes de ingresos no agrícola (flujo de dinero) lo que ha posibilitado este cambio en los medios de vida campesinos y sus satisfactores.
Sin embargo, es muy debatible si estas nuevas pautas de consumo en el espacio rural son preferibles que las anteriores y, sobretodo, si son socioeconómicamente sostenibles a largo plazo, en tanto dependen de que el flujo de dinero continúe dinamizando la economía local en Juchitlán a través de las transferencias externas declaradas por los socios de la organización. Otra circunstancia muy distinta sería que esta modernización rural –el consumo de satisfactores industrializados[6]- estuviera cimentada en la producción campesina de valor a través de su actividad agropecuaria.
Por lo anterior, creemos que el monocultivo del maíz como fuente de riqueza monetaria y crecimiento económico no ha sido tal, y sólo logró parcialmente el abandono de la agricultura campesina –la de policultivos o cuamiles- y restarle importancia como medio de sustento en el espacio rural como ya ha sido señalado en Espinosa S. (2013). Más aún, observamos que las familias campesinas, como sugiere Arturo Escobar (2010) para toda Latinoamérica, lejos de ganar en bienestar y estabilidad, se encuentran en una situación de dependencia del suministro de alimentos procesados, de fuentes de trabajo asalariado, de transferencias monetarias del extranjero o institucionales para sostener sus pautas de vida actuales que, como es posible apreciar en las estadísticas oficiales sobre nutrición, no son precisamente las más saludables.
De esta forma, observamos que ya no sólo existe una imposición en las formas de cultivo y sus insumos –fomentada por las agroempresas y agencias gubernamentales- y una presión hacia el campesino que tiene que vender su cosecha a precios bajos, sino que existe una forma de dominación y explotación del campesinado a través del consumo de satisfactores industrializados que, si bien ofrecen cierto grado de confort y sensación de bienestar, es evidente que el ‘nuevo terrateniente’ –el que impone precio y condición- en el territorio campesino mexicano es el acumulado de empresas industrializadoras de bienes: FEMSA, Nestlé, Maseca, Marinela, Sabritas y otras. Estos espacios rurales han sido incorporados a los circuitos de modernización no sólo por la vía del monocultivo sino por la vía del consumo.
Es así que, aunque paisajísticamente Juchitlán sea una localidad que muestra escenarios agrícolas y flora natural, en realidad se encuentra inmersa en la dinámica del flujo mercantil de satisfactores industrializados que transforman –el territorio campesino- en un ‘punto de venta’ más; esto implica una nueva forma de materialización espacial de la reproducción social de las familias rurales.
Dicho de otro modo, por lo visto en las formas de vida de los integrantes de esta organización rural en Juchitlán, actualmente los medios de vida campesinos no están en manos del propio campesinado ni en su configuración agroecológica y tampoco enraizado en su territorio. Más bien su territorio ha sido desmantelado y reconfigurado por la modernización mediante la aparición de medios de ingreso y trabajo asalariado que han redundado en el consumo de mercancías diversas cuyos precios y condiciones de compra-venta no están para ser negociados porque son determinados por ‘el mercado’ y sus dueños que son empresas trasnacionales industriales que fungen como ‘el nuevo terrateniente’ del espacio rural, antaño campesino y altamente centrado en el manejo de sus recursos naturales y su configuración agroecosistémica.

Bibliografía

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Haenn, N., & Wilk, R. R. (2006). The environment in anthopology: a reader in ecology, culture and sustainable living. Nueva York y Londres: New York University Press.
Hernández Xolocotzi, E. (1985). “Graneros de maíz en México” en U. A. (Comp.), Obras de Efraím Hernández Xolocotzi (págs. 205-230). México, DF: UACH.


[1] Este artículo muestra una primera sistematización derivada de mi investigación titulada “Desmantelamiento y civilización de los territorios campesinos. La eficiencia y resiliencia de sistemas socioecológicos maiceros de subsistencia en Cuquío, México”.
[2] Maestro en Gestión y Desarrollo Social (Universidad de Guadalajara) manuelantonioespinosa@gmail.com, Twitter: @manuel3108     http://mx.linkedin.com/pub/manuel-antonio-espinosa-s%C3%A1nchez/33/968/b40/
[3] Véase en https://maps.google.com/y busque ‘Juchitlán, Cuquío, Jalisco, México’ para visualizar imágenes satelitales de la localidad.
[4] Las tortillas de maíz caseras se hacen con todo el grano de maíz, por lo que es rico en fibra. Las tortillas de maíz industrializado no contienen fibra. Esta caso de empobrecimiento del contenido nutricional de un alimento procesado es posible verlo también en la leche industrializada que ha sustituido a la leche de vaca. Los entrevistados mencionaron que esto es así porque es muy caro mantener una vaca por sus requerimientos de alimento y agua.
[5] Véase en http://ensanut.insp.mx/ el resumen ejecutivo y el informe en extenso que ofrece el Instituto Nacional de Salud Pública y la Secretaría de Salud del gobierno federal mexicano.
[6] Otro debate tendríamos que ofrecer, en otro momento, respecto de las bondades aparentes y las limitaciones de fondo que implica una sociedad industrial como paradigma civilizatorio.

¿Agroecología, marxismo y descolonización?


La agroecología (Altieri, 1999), la crítica al capitalismo (Bartra, 2011) y el pensamiento latinoamericano (Quijano, 2000) han reflexionado sobre el campesinado de manera diferenciada y frecuente, arribando a conclusiones disímiles pero contundentes (Dussel, 1991).

No obstante, la crisis civilizatoria actual (Leff, 2011) requiere planteamientos conceptuales que expliquen su complejidad desde perspectivas complementarias en tanto dicha crisis consiste en un fenómeno multifacético y pluridimensional (Astier, Masera y Galván, 2008) que se retroalimenta desde diversos ámbitos sociales, políticos, ecológicos, culturales y económicos. De esta forma, la versión más reciente de la crisis antropogénica es el cambio climático, como crisis múltiple, que plantea el reto de comprender las implicaciones de los límites civilizatorios para la especie humana.

Esta nota propone un ejercicio analítico desde los imperativos propios de la actual fase del capitalismo neoliberal e informacional (Fair, 2008) para el caso del sistema agroalimentario contemporáneo centrado en la producción de maíz en México, esto es, un sistema de reproducción del capital en manos de una agroindustria que se ha diluido y virtualizado -pero profundizado y generalizado- gracias a las redes tecnológicas de comunicación y que hace uso del discurso tecnológico ante el cambio climático para re-apropiarse del sistema agroalimentario, de una vez por todas, mediante la imposición de cultivos transgénicos e insumos comerciales (Rosset, 2007). Es un asunto de ‘seguridad alimentaria’ –nos argumentan- la necesidad de incrementar la productividad y producir de forma más eficiente, y con eso el tema se inserta en el ámbito del saber experto y del conocimiento especializado. Sin embargo, aquí argumentamos que la alimentación es del mayor interés político y que su privatización ha acentuado la explotación económica (Escobar, 2010), la depredación ecológica y la dominación política (Bartra, 2008).

En tal escenario, proponemos a las categorías de luchas de clases, sujeto social y agroecosistema para explicar las implicaciones que tiene el capitalismo y el cambio climático en el sistema agroalimentario maicero en México, particularmente ante la emergencia de movilizaciones sociales que trazan proyectos utópicos concretos (Bloch, 2004) de sostenibilidad agroecológica ligados a agricultura campesina, marcos y formas de integración y relaciones sociales de aprendizaje y conocimiento colectivo y, en última instancia, acciones transformadoras que los sitúan a contrapelo de la tendencia de la agricultura industrial dominante.


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La modernización de los sistemas agrícolas campesinos maiceros en México =Parte III=

Parte III

Los agroecosistemas y la praxis campesina contemporánea

En la diversidad de agroecosistemas centrados en la producción de maíz en México (Toledo et al., 2001), se encarna la disputa por dos modelos arquetípicos de agricultura, la industrial y la campesina, y en virtud de ello podemos entender el conflicto como luchas de clases porque lo que está en juego es la imposición de un sistema agroalimentario capitalista que busca la apropiación de la riqueza socialmente creada (valor) y de los bienes comunes como es la Naturaleza (Naredo, 2005).

En contraste, la agricultura campesina tiene como orientación la reproducción social sin romper las redes tróficas de los ecosistemas (Altieri, 1999), la coevolución de arreglos cosmogónicos biosociodiversos (Toledo et al., 2001) y de corpus-praxis en que descansan estos sistemas agroalimentarios (Van der Ploeg, 2010). Los agroecosistemas campesinos conforman una serie de distintas materializaciones de formas bioespecíficas de sociohistoricidad en tanto que son improntas de sujetos socioecológicos que se han ido adaptado según condiciones ecológicas específicas, preferencias culinarias y particularidades climáticas, imaginarios e historia local, entre otros múltiples factores (Haenn y Wilk, 2006).

En la dinámica de dicho antagonismo en México, encontramos organizaciones campesinas que han sido capaces de vincular su propia utopía (Bloch, 2004) a los referentes de la agricultura campesina y constituir un proyecto propio de agricultura sustentable, en este entendido, podemos hablar de la emergencia de un sujeto social que, relanzado desde su interpretación utópica de su cultura mesoamericana reconstruye su historicidad de forma material a través de sus formas diversas de praxis campesina (política y bioeconómica) lo que configura sus agroecosistemas.

Y al mismo tiempo, el capitalismo agroalimentario ha colocado los alimentos procesados y a la comida rápida de franquicia como un suministro mercantil –en oposición a la alimentación tradicional como identidad culinaria (Turrent Fernández, Serratos Hernández, Espinosa Calderón y Álvarez-Buylla Roces, 2013)- que se enlaza a la lógica de productividad, eficiencia e innovación tecnológica como motor civilizatorio (Bartra, 2008), lográndose así una alineación de la producción industrial de cultivos y su consumo masivo. De esta forma, la alimentación industrializada y de marca comercial (que con los transgénicos sería ‘de patente’) se coloca en la cotidianidad e intersubjetividad de las ‘formas de vida social avanzada y productiva’ al estilo Wall Street (Rosset, 2007). Así se pretende una continuidad entre diseño genético de cultivos, producción agrícola industrializada, transformación industrial de commodities y distribución masiva de alimentos precocinados.

Coherente con lo anterior, a través de las redes de telecomunicaciones, se opera la diseminación vía el marketing del imaginario neoliberal e individualista que promueve y justifica el fast food bajo la ética de la productividad y ahorro de tiempo para trabajar más, para obtener más dinero y, eventualmente, mayor bienestar (Holt-Gimenez y Shattuck, 2011). El producto de la ecuación modernizadora anterior, es la reproducción del capital que ha sabido desarrollar un discurso inmanente de la productividad individual, su correlato práctico en un ensamblaje de la cotidianidad alineado a la lógica industrial para producir riqueza y la masificación del consumo de mercancías alimentarias que simbolizan, sintetizan y representan los valores del individuo con orientación a la producción de riqueza:

“Dentro de estos linderos, solo reinan la libertad, la igualdad, la propiedad y Bentham. La libertad, pues el comprador y el vendedor de una mercancía, v. gr. de la fuerza de trabajo, no obedecen a más ley que la de su libre voluntad. Contratan como hombres libres e iguales ante la ley. El contrato es el resultado final en que sus voluntades cobran una expresión jurídica común. La igualdad, pues compradores y vendedores sólo contratan como poseedores de mercancías, cambiando equivalente por equivalente. La propiedad, pues cada cual dispone y solamente puede disponer de lo que es suyo. Y Bentham, pues a cuantos intervienen en estos actos sólo los mueve su interés” (Marx, 2001: 128-129).

Así, nuestro marco conceptual para analizar la emergencia de movilizaciones campesinas supone la consideración del fenómeno antagónico de luchas de clases y su análisis en términos de cómo se verifica este conflicto en la apropiación y manejo de los recursos naturales visto en el agroecosistema (Astier, Masera y Galván, 2008), así como los orígenes de la subjetividad campesina que han generado su conciencia contestataria y su acción política.

En efecto, cuando el IPCC (2012) sugiere recurrir a sistemas agrícolas sustentables (Sarukhán, Carabias, Koleff y Urquiza-Haas, 2013), las organizaciones campesinas redefinen su proyecto recurriendo a un conjunto de estrategias orientadas a la sostenibilidad de sus sistemas productivos principalmente ante el fenómeno del cambio climático (Turrent, Wise y Garvey, 2012). Sin embargo, si asumimos un punto de vista materialista en el análisis de la praxis (Sánchez Vázquez, 2003) de estos sujetos sociales, hemos direccionar la atención a las formas de acción transformadora en dos ámbitos principales, a saber, hacia la naturaleza (las formas en que configuran sus agroecosistemas) y las relaciones sociales que se reflejan en las relaciones de producción (Marx, 2001).

En síntesis, nuestra formulación para el análisis de los agroecosistemas centrados en la producción de maíz (Gliessman, 2007) de tales sujetos sociales de la campesinidad en México, como los integrantes de la Campaña Nacional Sin Maíz no hay País y otros, retomamos conceptos centrales de los estudios que se han realizado desde la agroecología (Altieri, 1999), de las investigaciones rurales desde el marxismo (Bartra, 2011), y de los estudios sobre la epistemología latinoamericana desde la perspectiva de los sujetos sociales (Zemelman y Valencia, 1990). Desde aquí, buscamos explicar lo que estos sujetos de la campesinidad han entendido en relación con la sustentabilidad (Foladori, 1999) en el manejo social de sus recursos naturales, cómo han ido reformulando su proyecto colectivo como latinoamericanos (Escobar, 2010) y cuáles son los obstáculos que enfrentan de frente a los límites del crecimiento.

Más allá de la comprensión capitalista del desarrollo como crecimiento económico (Brundtland, 1987), las movilizaciones campesinas en México parecieran recurrir a un discurso sobre la importancia del maíz que, recogiendo lo mejor de las argumentaciones económicas, incorporan saberes propios y apelan al ámbito de la producción simbólica (Alvarez-Buylla Roces, 2011) que, sin duda, habrá que explorar con mayor profundidad.

Así, la sustentabilidad de la producción del maíz en México, de frente al cambio climático y en respuesta al capitalismo agroindustrial, pareciera que no sólo transita por las relaciones tróficas que de suyo se analizan desde la agroecología, y que son reveladoras pero insuficientes, sino que la historicidad campesina (Dussel, 1991) incorpora de manera sobresaliente los ámbitos de su conciencia cultural como cosmogonía latinoamericana descolonizadora (Escobar, 2010) y quizás desde ahí está generando su propia narrativa altermundista de civilización y de repolitización de la reproducción social y ecológica (Leff, 2011).

Ideas finales

Los imperativos propios de la actual fase del capitalismo neoliberal e informacional en el seno de esta fase de la modernidad (Bech, Giddens y Lash, 1994), para el caso del sistema agroalimentario contemporáneo centrado en la producción de maíz en México, consiste en una dinámica de reproducción del capital en manos de una agroindustria desterritorializante gracias a las redes tecnológicas de comunicación y que se ha arropado en el discurso tecnológico ante el cambio climático para apropiarse del sistema agroalimentario, de una vez por todas, mediante la imposición de cultivos transgénicos e insumos comerciales (Turrent Fernández, Serratos Hernández, Espinosa Calderón y Álvarez-Buylla Roces, 2013).

Al mismo tiempo, el capitalismo agroalimentario, ha impuesto los alimentos procesados y comida rápida (y en general la alimentación moderna) como un objeto mercantil que simboliza productividad, eficiencia e innovación que se alinea con la producción industrial de cultivos bajo el modelo del agronegocio, en donde el agricultor es un administrador y gerente.

En tal escenario, recurrimos a las categorías de luchas de clases, sujeto social y agroecosistema para sugerir algunas implicaciones que tiene el capitalismo y el cambio climático en el sistema agroalimentario maicero en México; particularmente para proponer un marco conceptual para el abordaje de la emergencia de movilizaciones sociales campesinas y sus proyectos utópicos en México, sus consecuencias en términos de la sostenibilidad y las ligas que han construido hacia y desde la agricultura mesoamericana tradicional.

Bibliografía consolidada de las tres entradas

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